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Actualizado: 1 de julio de 2025
Tan pronto se le representaban los versos de algún romance que hacía tiempo leyera en amarillos y arrugados códices, como sentía el rumor de lejana música de órgano, dulcísima y misteriosa.
Al abrirse la puerta levantó la cabeza, y sus ojos verdosos con puntos amarillos, como los de los gatos, se clavaron en el sacerdote con una curiosidad que llegó a ser insolente por el acto de no levantarse más que a medias del sillón ni hacer siquiera una inclinación de cabeza.
Van encorvados un poco y se apoyan en cayados amarillos. ¿En qué piensan estos viejos? ¿Qué hacen estos viejos? Al anochecer salen a la huerta y se sientan sobre unas piedras blancas.
Siempre el mismo sofá de cuadros amarillos, los dos sillones de paja, la Venus de Milo, y la Venus de Arlés en la chimenea, el retrato del poeta por Hébert, su fotografía por Esteban Carjat, y en un rincón, cerca de la ventana, el escritorio, una humilde mesita de oficial del registro, completamente atestada de librotes viejos y de diccionarios.
Quince días después, el cabo de miqueletes del puerto de la carretera de Elguea participó al comandante de Lúzaro que en la peña llamada Leizazpicua encontraron el cadáver de un hombre de unos cuarenta años de edad, arrojado por las olas. Vestía el cadáver, traje de marinero, compuesto de elástica de lana de punto y pantalón y chaleco con botones amarillos.
El cielo se había calmado, los amarillos nubarrones habían desaparecido: coloraciones rosadas, y verdes, purísimas, iluminaban el occidente. El Príncipe continuó: El rencor, el odio, la envidia, la concuspicencia, todas las miserias que habían formado mi vida, se me aparecieron por fin bajo su luz sombría.
En la penumbra se destacaban las manchas rojas de los pantalones de la tropa y los correajes amarillos de los guardias. Los que habían contenido en el encierro a estas fuerzas, creían llegado el momento de esparcirlas. Durante algunas horas, la ciudad se había entregado, sin resistencia, fatigándose en una monótona espera por la parsimonia de los rebeldes. Pero ya había corrido la sangre.
Me cogió el aguacero al pasar por la garita. ¡Qué aguacero! ¡Qué Dios lo mandaba! ¡El primero del año! ¡Vaya! ¡Y ya lo necesitaban las tierras, que la seca ha sido buena, los pastos estaban amarillos, amarillos! ¡Se ha muerto más ganado! Me voy, don Rodolfo, que estoy chorreando agua, y tengo que desensillar....
En la fachada se abren: dos balcones en el piso primero, tres ventanas en el piso segundo. Los huecos están bordeados de ancha cenefa de yeso gris. Y entre los dos balcones hay un gran cuadro de azulejos resguardado con un estrecho colgadizo. Representa, en vivos colores, rojos, amarillos, verdes, azules, a la Trinidad santa.
Delante de ellos marchan los milicianos de la ciudad con sus largas carabinas; después los guardias, que tocan sus clarines, y llevan los pendones rojos y amarillos en los que se ven bordados los leones de Castilla y la corona real. ¡Plaza! ¡plaza a la monja! porque es la primera y la última fiesta a la que la pobre joven asistirá.
Palabra del Dia
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