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Actualizado: 17 de junio de 2025


Los grupos de esas poblaciones hacen un juego muy gracioso con las arboledas en fila que indican el curso de los caminos y riachuelos y el deslinde de las heredades, con las plantaciones de cereales, de moreras, naranjos, avellanos, limoneros, granados, olivos, almendros y otros muchos frutales, y con las mil casas campestres y los primorosos cármenes del paraíso granadino.

Las anchas higueras temblaban como enormes paraguas rotos, dejando entrar el agua en el amplio recinto cobijado por su cúpula. Los almendros, desnudos de hojarasca, temblaban como negros esqueletos. Los profundos barrancos llenábanse de aguas mugientes que rodaban infecundas hacia el mar. Los caminos, empedrados de guijarros azules, entre altos ribazos de piedra seca, convertíanse en cataratas.

Más allá comenzaban las plantaciones de almendros, con su follaje de un verde fresco, y los añosos y retorcidos olivares, que extendían su leña negra con ramilletes de hojas de plateado gris. La casa, el Can Mallorquí, era una vivienda casi árabe, un grupo de construcciones cuadradas como dados, de techo plano y deslumbrante blancura.

Vieron con la imaginación los almendros de la Huerta del Obispo, que habían sido testigos de sus primeras entrevistas; las flores que él arrojaba sobre su cama, al despertarla, de vuelta de los banquetes; las que habían presenciado sus vespertinos paseos, cuando salían cogidos del brazo, como burgueses, a cubierto de la miseria y seguros de que nada podría turbar su felicidad.

La mujer, recelando alguna gran pesadumbre, se llegó a él, y le enfadó tanto con las acostumbradas importunidades, que dijo: ¿Qué ha de ser, si el bellaco ladrón de Almendros el aposentador, me ha dicho, teniendo palabras con él sobre el arrendamiento, que vos nos sois limpia?

Las áridas cercanías de Madrid embellecíanse con la llegada de la primavera. Cubríanse los cerros de verde al crecer la cabellera de las cebadas y los trigos. En las cañadas, los grupos de almendros adornábanse con flores: unas blancas como el nácar; otras sonrosadas, con el color de la carne femenil. Las lilas pendían como racimos de violetas de las altas ramas.

Pero lo más hermoso de Fortuna eran los ojos, en donde resplandecía la inteligencia, sobre todo cuando sentado sobre sus patas traseras miraba fijamente a Juanito como deseando adivinar sus pensamientos para ejecutarlos. Una tarde el abuelo y el nieto fueron a ver una viña rodeada de almendros que se había plantado la misma semana del nacimiento de Juanito y que en el pueblo llamaban La Juanita.

Era el mismo escenario de su dicha, como él era el mismo Maltrana; pero había soplado un viento glacial, matando la alegre hojarasca llena de rumores y de cánticos, dejando sólo el escueto ramaje. Los almendros de la Huerta del Obispo, que derramaban en otros tiempos lluvias de flores sobre la cabeza de Feli, parecían ahora escobas plantadas por el mango.

Oido lo cual, mandó al instante An-nasír que se allanase aquella montaña; si bien, convencido luego de que esta empresa era superior á todo humano poder, revocó sus órdenes y dispuso que se talasen sus pinares y encinas y se plantasen en su lugar almendros, higueras y otros árboles de mas grata sombra y mas risueño aspecto.

Como único refugio se ofreció a ellos la cartuja de Valldemosa: edificio sin bellezas arquitectónicas, sin otro encanto que el de su antigüedad medioeval, pero enclavado entre montañas por cuyas laderas se derrumban bosques de pinos, teniendo como suaves cortinas que amortiguan el ardor del sol plantaciones de almendros y palmeras, entre cuyo ramaje alcanzan los ojos la verde llanura y el lejano mar.

Palabra del Dia

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