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Sin él podemos adquirir la seguridad de la existencia de los cuerpos; sin él nos formamos idea de la superficie y del volúmen; sin él conocemos el movimiento; sin él alcanzamos á distinguir cuando ese movimiento pertenece al objeto ó al órgano que recibe la impresion.

Ocho de nuestros hombres quedaron abordo para el gobierno del nuevo buque. Viajaríamos de conserva. Al anochecer nos tomó un poco de camino. Al día siguiente lo alcanzamos, pero no vimos a nadie sobre el puente. Desprendióse de nuevo la chalupa, y los que fueron recorrieron en vano el buque: todos habían desaparecido. Ni un objeto fuera de lugar.

Si hemos adelantado en política, dígalo la estabilidad que alcanzamos, la fijación de nuestras ideas y principios: no sólo sabemos ya cuál es el buen gobierno, el único bueno, el verdadero secreto para constituir y conservar una sociedad bien organizada, sino que lo sabemos establecer y lo gozamos con toda paz y tranquilidad.

652 Al fin la misericordia de Dios nos quiso amparar; es preciso soportar los trabajos con constancia: alcanzamos a una estancia después de tanto penar. 653 ¡Ah! mesmo me despedí de mi infeliz compañera: "Me voy", le dije, "ande quiera, aunque me agarre el Gobierno, pues, infierno por infierno prefiero el de la frontera."

Las ideas de ser y no ser, entrando en todas nuestras percepciones como elementos primordiales, engendran la idea de tiempo; y por esta razon la encontramos en lo mas íntimo de nuestra alma, como una condicion á que no podemos sustraernos, y de la cual no alcanzamos á eximir al mismo Ser infinito, sino por un esfuerzo de reflexion.

Las ardillas se apresuraron a ganar las ramas más altas para atisbar desde allí en seguridad, y los arrendajos, tendiendo las alas, revoloteaban a la delantera, como postillones, hasta que alcanzamos los arrabales de Sandy-Bar y la solitaria cabaña del director de la ceremonia. Visto aquel lugar, aun en circunstancias más placenteras, no hubiese sido un lugar risueño.

Pero en el momento de resolverlo, alcanzamos una numerosa caravana que, en orden de uno por fila, caminaba lenta y pausadamente bajo aquel sol de fuego que impulsaba a acelerar la marcha. Eran los señores Cuervo, de uno de los que he hablado ya, que iban a tomar el vapor, acompañados de varios amigos. Pensaban pasar la noche en Guadua.

Llama intuitivo el conocimiento con que alcanzamos las cosas sin necesitar de otro conocimiento, como son las verdades primitivas y primeros principios de que hemos hablado.

Era esta tía la baronesa de Montauron, por su familia Odón de Pierrepont; cifraba en su apellido el más grande orgullo y era viuda y sin hijos, circunstancia que no la entristecía, puesto que, merced a ella, proponíase disponer a su muerte en favor de su sobrino, de los cuantiosos bienes que heredara de su difunto marido, dando por esta combinación nuevo brillo a los un tanto deslustrados blasones de su casa, porque sin que pudiera estrictamente decirse que los Pierrepont se hallasen arruinados, encontrábanse, de dos generaciones atrás, en menos que mediano estado de fortuna, sobre toda si se considera cuán grandes son las exigencias de la vida al uso de los tiempos que alcanzamos.

Pero aún el día 21 los contratantes del lado francés, generales Chabert y Marescot, y los del lado español, Castaños y conde de Tilly, no habían llegado a ponerse de acuerdo sobre las particularidades de la rendición. También alcanzamos a ver a lo largo del camino la interminable fila de carros donde los imperiales llevaban todo lo cogido en Córdoba. ¡Funestas riquezas!