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Actualizado: 28 de junio de 2025


Pasó largo rato; terminóse aquella misa y salió después otra, y poco a poco fueron desapareciendo los fieles, quedando al fin sola la Albornoz, arrodillada delante, sin poderse sostener apenas, caída la cabeza, cruzadas las manos, imagen viva de la humildad aniquilada ante la misericordia.

Los caseros de las cercanías llamábanla Gorriya, esto es, «la roja». Al hermano portero no le era, sin embargo, desconocida la dama, y saludóla también a su paso con mucha atención y deferencia. La beata, con redoblada curiosidad, tornó a preguntar asimismo el nombre de esta. La condesa de Albornoz replicó secamente el portero.

A la derecha de la última puerta del salón de lectura que se abre en la terraza, hallábanse algunas señoras sentadas en bancos de hierro: entre ellas estaban Currita Albornoz y la duquesa de Bara. Más lejos, de pie, en medio de un grupo de hombres, peroraba Leopoldina Pastor con gran vehemencia, optando por empuñar las armas y exponiendo su plan estratégico.

Lanzóse el gobernador sobre ellos con todo el ardor de su picado amor propio, y púsole su mala suerte ante los ojos, lo primero, un plieguecillo de esquela, con el timbre de la condesa de Albornoz, y escrito en él, con diversos caracteres de letra, este extraño letrero: ¡Qué animal tan hermoso es el hombre!

Rióse mucho al otro día la condesa de Albornoz al oír contar a su hijo Paquito sus extrañas aventuras de la noche precedente: al verse solo, a oscuras, vestido y acostado en una cama que no era la suya del colegio, comenzó el niño a gritar lleno de angustia, sin que nadie contestase a sus lamentos.

Y añádale dijo Butrón con toda la majestad olímpica que su misión allí requería que la señora condesa de Albornoz se reserva el derecho de protestar en todos los terrenos de semejante atropello... Y dígale también que toda la aristocracia española y todas las gentes sensatas y honradas están a su lado para apoyarla y defender la causa santa que ella representa en estos momentos...

Entusiasmóle por completo este pensamiento, que acallaba sus escrúpulos y satisfacía su vanidad, imaginándose ver ya en todos los periódicos de Europa pomposos elogios tributados a la piadosa munificencia de la excelentísima señora condesa de Albornoz.

El blanco albornoz de la incógnita pasó rozando el terciopelo granate del abrigo de Currita, y una frase alemana, que esta pudo oír y no pudo entender: «Ahí la tienes», pareció caer entonces de la nariz corva y afilada, y ambos fantasmas desaparecieron entre el gentío precedidos de un groom monísimo que apenas contaría doce años.

Aquel billete estaba premiado con 15.000 duros, que, después de tirar muy despacio sus planes, se apresuró a cobrar la condesa de Albornoz secretamente.

Eran ya las tres, y a las cuatro debían de llegar Jacobo Sabadell y la Albornoz y hubiera llegado también la Villasis si su providencial constipado no se lo estorbase. El prudente Butrón habíalos citado con una hora de intervalo, para poder preparar en aquella antejunta de íntimos lo que en presencia de los otros había de tratarse más tarde.

Palabra del Dia

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