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Lo de D. Basilio era símbolo de su mal sino, de las culpas de su padre, de la prosa miserable que le ataba a su oficio de médico provinciano, oscurecido: el Aguado representaba sus sueños de ambición, sus instintos de delicadeza, sus triunfos entre las damas, la homeopatía y otra porción de cosas ideales y bonitas que no son del momento.

No; él estaba convencido de que Nepomuceno estaba seco y bien seco; sería que la mecha era más larga que él había pensado; el fuego iba dando rodeos, pero el estallido vendría, ¡no podía faltar! Aun así, daba gracias a Dios por aquel plazo, que le permitía entregarse a su gran pasión sin complicaciones económicas, que todo lo hubieran aguado.

Julio Aguado y Andreu. " José Marín Varona. " Magín Marrero y Rodríguez. " Juan Cruz Bustillo. " Antonio Taved y Marcano. " Gabriel de Cárdenas y Alfonso. " Luis Ojeda y Jiménez. " Fernando Drigas y Acosta. " Francisco Fernández y Martínez. " Julio Morales Broderman. " Pedro García Vega. " Angel Pérez González. " Alfredo Liza y Tardiff. " Arturo Alfonso y Alvarez. " Armando Guerrero y Brufau.

Por fin Aguado la dejó explicarse, y ella se quejó de lo siguiente: «No le dolía nada, lo que se llama doler, pero tenía grandes insomnios, y a ratos grandes tristezas, y de repente ansias infinitas, no sabía de qué, y la angustia de un ahogo; la habitación en que estaba, la casa entera le parecían estrechas, como tumbas, como cuevas de grillos, y anhelaba salir volando por los balcones y escapar muy lejos, beber mucho aire y empaparse en mucha luz.

Como Emma, que nada entendía del trivio ni del cuadrivio, se impacientase un poco viendo que Aguado no acababa de recetarle lo que ella necesitaba, el médico, que comprendió la impaciencia, resumió, diciendo que no hacían allí falta alguna los jaropes del otro, que bastaban unas tomas de aquellos glóbulos que él guardaba en aquella caja tan mona; y, sobre todo, mucho paseo, mucho ejercicio, distracción, diversiones, aire libre y mucha carne a la inglesa.

Sin más razones, recetaba también dietas absolutas a todos sus clientes como el mejor específico del mundo. Aguado, que tenía el estómago perdido sin necesidad de comer, era enemigo de la dieta tratándose de personas delicadas como doña Emma. Pues bien, de todo el mal de que aquella señora no se había quejado todavía, tenía la culpa la falta de alimento, la dieta del otro.

Disputaron con ademanes y pasos atrás acerca de quién dejaba a quién la acera; venció al fin Bonis, que insistió más, y cuya humildad era muchísimo más cierta que la del médico. Por el camino éste siguió enterándose, por que lo creyó de su deber, y Bonis siguió diciendo nada entre dos platos. Por lo demás, Aguado se sabía de memoria a doña Emma Valcárcel.

Coronel. Emilio Avalos. Capitán. Raimundo Martín. Teniente. Ricardo Aguado y Abreus. Teniente. Arturo G. Quijano. Teniente. Abelardo García Fonseca. Teniente Coronel. Tomás Armstrong. Teniente. Lucio Quirós. J. Peñalver y Rondón. Capitán. Martín Marrero y Rodríguez. Capitán Pío Alonso y Riera. Capitán. Ernesto I. Usatorres Perdomo. Capitán. Luis A. Beltrán Moreno. Capitán.

Era su médico predilecto, a temporadas, porque ella, fijo y único, no lo quería. Cambiaba de médico como pudiera cambiar de favorito si fuese una Cristina de Suecia o una Catalina de Rusia, y siempre tenía en movimiento un ministerio de doctores. Aguado era de los que más tiempo ocupaban el poder, por ser especialista en enfermedades de la matriz, y en histérico, flato y aprensiones, total flato.