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Actualizado: 1 de junio de 2025
Cerca de la chimenea, que era un verdadero horno, una señora de mediana edad y cuyas facciones acusaban fuertemente el tipo criollo, se hallaba sepultada en un gran sofá lleno de plumazones, cojines y almohadillas de todos tamaños. Un trípode de forma antigua, encima del cual había un brasero encendido, estaba colocado á su alcance, y aproximaba á él por intervalos sus manos pálidas y flacas.
Con tal signo algunas viviendas acusaban arreglo y limpieza, otras desorden o escasez, y los trozos de estera de alfombra que asomaban por bajo de las puertas también nos decían algo de la especial aposentación de cada interior.
Algunas cartas de correligionarios, con fechas recientes, estaban llenas de sordas acusaciones. Sus compañeros de Rusia se quejaban a una voz de su silencio, de su tibieza; le reprochaban que no mantuviese ciertas promesas con las que ellos contaban, y casi le acusaban de traición.
Pero advierto a usted que antes de creer en esto hay que aclarar algunos puntos obscuros. Durante el tiempo en que, según usted, estuvo el Príncipe en Zurich por motivos políticos, le escribían de Rusia, de Inglaterra, de todas partes, cartas en que lo llamaban, le reprochaban que descuidara la causa, lo acusaban de tibieza y casi de infamia.
Los periódicos republicanos, orleanistas y bonapartistas que me acusaban de reaccionario, acogieron mis declaraciones con entusiasmo, y M. Lainé y M. Royer Collard reconocieron en ellas a su discípulo.
Supo, pues, don Diego y el mayordomo el caso, y enojáronse conmigo de manera que obligaron a los huéspedes que de risa no se podían valer a volver por mí. Preguntábame don Diego qué había de decir si me acusaban y me prendía la justicia.
Su rostro, algo moreno y nada correcto en sus rasgos, tenía, sin embargo, esa móvil belleza que da la expresión y viene a ser, con respecto a la fisonomía, lo que el colorido con respecto al dibujo: belleza más bien moral que física, que se escapa siempre al pincel, y constituía el principal encanto de aquella señora, dotada de cierta viveza natural que no le quitaba señorío; cierta gracia espontánea y cariñosa que, unida a un ligerísimo ceceo, acusaban su procedencia andaluza.
Paz es provinciano, y como tal presenta ya una garantía de que no sacrificaría las provincias a Buenos Aires y al puerto, como lo hace hoy Rosas, para tener millones con que empobrecer y barbarizar a los pueblos del interior; como los federales de las ciudades acusaban al Congreso de 1826.
Cuando llegó a mi noticia que me acusaban de haber ido al Cuartel General de Moriones a llevar recados de mi jefe, me volé, y aquella misma tarde, habiéndome encontrado a la camarilla en el atrio de la iglesia de San Miguel, me lié la manta a la cabeza, y por poco se arma allí un Dos de Mayo. «Aquí no hay más traidores que ustedes.
Parecía tener esa edad de la rosa en que unas cuantas horas más marchitan la fragancia y ajan la lozanía. Estaba hermosa, y más que hermosa seductora; pero los ojos, la actitud, la voz, acusaban un desaliento amargo. Nadie hubiera podido averiguar si aquella laxitud era la huella pasajera de los placeres de una noche, o la marca indeleble de los sufrimientos del espíritu.
Palabra del Dia
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