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Nadie es juez en saber si he concluido, salvo yo mismo», y después de este apóstrofe tranquilo, continuó su discurso...! Esa interpelación dio origen a una respuesta sumamente enérgica por parte de M. Le Royer, entonces Ministro de Justicia. La organización administrativa es además admirable.

Hay hombres que se detienen en un momento de la historia y por nada pasan el límite marcado por su predilección, casi diría por su monomanía. No leen ya, releen, como decía Royer Collard. En ellos es disculpable esa obstinación apasionada; no conocen sino ese mundo, y por tanto, no pueden compararlo al presente.

Los periódicos republicanos, orleanistas y bonapartistas que me acusaban de reaccionario, acogieron mis declaraciones con entusiasmo, y M. Lainé y M. Royer Collard reconocieron en ellas a su discípulo.

A su amor estuvieron ligadas las figuras más ilustres: el conde de Clermont, rico como un príncipe oriental, el valiente Marteille, muerto en el campo de batalla; el marqués de Lourdis, pendenciero y libertino; y vió á sus pies á Vitry, á quien llamaban «el hermoso pastor», y al caballero de Rieux, de belleza apolina, y al brillante duque de Richelieu, seductor irresistible, cuyos tacones colorados habían pasado por todos los boudoirs nobles de la Corte, y conoció también al veterano Gruer y al músico Royer, ante quienes, una noche de locura, ella y otras dos célebres bellezas de la Opera representaron «El juicio de París»...

La opinión es la conciencia de los hombres políticos. Acaso esta conducta le sea favorable para el porvenir, porque las circunstancias han de cambiar necesariamente. Hay en este momento una plaza vacante en la Academia Francesa: muchos académicos, entre otros M. de Lainé y M. Royer Collard, han escrito a mi hijo para que se presente candidato, en la seguridad, dicen, de ser esta vez admitido.