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Actualizado: 28 de junio de 2025
Preciso era tirar por otro camino, y la casualidad trajo a Jacobo quién había de indicárselo. Era este Diógenes, que acudía muy de mañana, atraído por el dinero que se le figuraba traer el plenipotenciario, como los buitres acuden al olor de la carne muerta.
Desde niña había sido reputada como un ángel; no hacía más que rezar y cantar á estilo de coro, remedando lo que oía en las Carboneras. Los domingos decía misa en un pequeño altar, que ella misma había formado, y también predicaba desde lo alto de una mesa con gran regodeo de toda la servidumbre, que acudía para oírla desde los cuatro polos de la casa.
Sentía una especie de irritación sorda que no acertaba a comprender quién se la inspiraba, porque, por un extraño fenómeno que no sabía ella misma explicar, aquel Pedro Fernández, autor de la carta, causante de la ofensa, tan sólo acudía a su mente en un lugar secundario, presentándosele, más bien que como representante, como instrumento de un ser más poderoso que parecía imponerse a la orgullosa dama, obligándola a confundirse, y a humillarse, y a callar...
Miraba a los socios que leían como a gente de sospechosa probidad; les guardaba escasas consideraciones. No siempre que se le llamaba acudía, y solía negarse a mudar las plumas oxidadas. Alrededor de la mesa cabían doce personas. Pocas veces había tantos lectores, a no ser a la hora del correo. La mayor parte de los socios amantes del saber no leían más que noticias.
Cuatro instrumentos de fuera de casa, y una misita rossiniana de las más ligeras, con objeto de no gastar mucho. Para esto más valdría tocar sólo el órgano. La víspera de la fiesta, la música de la Academia de Infantería tocaba por la noche ante la catedral, según antigua costumbre. Todo Toledo acudía a la serenata, que era un acontecimiento en la vida monótona de la ciudad.
En el confesonario se le ofrecían casos de conciencia complicados, que no entraban en las fórmulas de los libros que había estudiado. Viéndose apurado para resolverlos, acudía a D. Miguel en demanda de luces; le exponía tímidamente el caso pidiéndole consejo.
Estaba menos débil durante el día; soportaba mejor las fatigas de un largo paseo y cada vez acudía con menos frecuencia a su cama de reposo. Su apetito era más vivo, y sobre todo más constante; ya no rechazaba los alimentos casi sin haberlos probado. Comía, digería y dormía bastante bien.
Como era tanta la gente que acudía a oír la misa solemne, ésta se celebraba al aire libre en un altar erigido en la trasera de la iglesia. Los fieles la oían esparcidos debajo de los castaños. Debajo de los castaños había también una tribuna para los cantores formada con cuatro bancos.
Facundo había hecho alejar sus ganados hacia la cordillera, mientras que Villafañe acudía a Mendoza con fuerzas en apoyo de los Aldaos, y él aglomeraba sus nuevos reclutas en Atiles.
Como todos los seres flacos de espíritu en los casos de apuro, acudía al recurso peor, con tal que le dejase respirar por el momento. Cecilia recibió aquellos homenajes con sosiego, sin manifestar el gozo que las mujeres suelen sentir al oirse requebrar de quien aman. Vienes muy adulador hoy, Gonzalo. No me gustan los mimos le dijo al fin sonriendo.
Palabra del Dia
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