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Actualizado: 25 de noviembre de 2025


Muchos son los que trabajan, y sólo de pocos reciben su paga: la primera desdicha del actor. No sería lo peor que hubiese veinte personas que pagasen con cuatro ochavos, si no diesen motivo para que otros muchos los imiten. Porque uno solo no pague, hay otros que tampoco quieren pagar: todos pretenden gozar de este privilegio para que no se crea que son indignos de él.

Su talento flexible y vasto llenó al público de admiración, representando las obras más famosas del teatro, y otras de menos mérito lo recibieron del actor que las puso en escena.

Una vez todos listos empezó el ensayo. En las comedias bicoles no hay necesidad de lecturas, pases ni copias de papeles: el actor se coloca cerca del apuntador y repite cuanto oye sin variar de tono, parándose á cada final de verso. Con este sistema, claro está que para nada hacen falta los papeles; bien es verdad, que en esta clase de espectáculos, lo que menos significa es la parte literaria.

Además sabía arrojar piedras a la escena de modo que produjesen mucho ruido y no hiciesen daño a nadie: algunas veces hizo también escuchar su voz desde las cajas o desde el sótano en calidad de fantasma. En fin, más que traspunte debía considerarse a Antoñico como un actor eminente aunque invisible.

Cuando el espectador rie siempre, ó siempre llora, algo hace el actor para producir aquella risa ó aquel llanto. aquí nuestra idea.

Como los ojos, la garganta de un actor excelente puede expresarlo todo, ó, al menos, «apuntar» panoramas psíquicos muy diversos, que no es más generoso en policromias el espectro solar, que lo es la escala cromática en penumbras y matices de armonía.

A estas excelencias, que pudiéramos denominar adquiridas ó de estudio, necesita el actor añadir una gran capacidad de asimilación y cualidades físicas nada vulgares. Un comediante bizco, patizambo ó jorobado, por mucho genio que tenga, nunca logrará imponerse ni agitar el corazón de las multitudes.

La cúspide de su cráneo estaba completamente despoblada. En cambio había suprimido su bigote, rasurándolo por el motivo de tener con más abundancia las canas que los pelos obscuros. Esta transformación le había dado, según él, cierto aspecto de clérigo ó de actor, pero al mismo tiempo esparcía por su rostro cierta frescura juvenil.

Cuentan que cierta noche, M. Dormeuil, director del antiguo teatro del Palais-Royal, le dijo á Derval, al hermoso Derval, que entonces empezaba su carrera y tenía el pelo muy rubio y las cejas muy abundantes y negrísimas: Hijo querido, quítese usted esas cejas; hoy se las ha pintado usted demasiado. Sorprendido el actor, repuso: ¿Cómo? ¿Que me las borre?... ¡Pero si son mías!

Era el único actor de las representaciones de elegancia y riqueza que se daba a solas para remedio de su enfermedad. ¡Luis... Luis!... volvió a gemir la vocecita desde el fondo de la cama.

Palabra del Dia

vengado

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