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Actualizado: 21 de mayo de 2025


La madre reunía sus fuerzas para acompañar á su mocetón, con una falsa alegría, hasta el último momento. Otros llegaban sueltos, despegados de sus compañeros, pero no por esto iban solos.

Y como don Rufo exigía que la niña tomase el aire libre, Cecilia se encargaba de acompañar a la nodriza. Gonzalo las acompañaba a ambas, la nodriza con la niña delante, él con Cecilia detrás. En aquellos largos paseos le confiaba todos sus secretos, le explicaba prolijamente sus temores, sus alegrías, sus esperanzas.

Don Manuel, que era regocijado y festivo, también se hacía acompañar a menudo de juglares y bufones, que le divertían con sus chistes y burlas, y casi nunca prescindía de los músicos, que iban tocando sonoros instrumentos, anunciando así que el rey venía y alegrando los sitios por donde transitaba.

No convenía confiar a nadie el asunto que allí tenía y que importaba una suma archi-respetable. La condesa se hallaba muy delicada de salud y no podía acompañar a su marido en tan larga navegación. El Conde, después de muchas vacilaciones, resolvió ir solo. Fue, pues, y estuvo en el Perú cerca de año y medio.

Es cierto que reconociendo Juanita que era peligroso dejarse acompañar por don Andrés todas las noches, espió con maña el momento en que don Andrés no la aguardaba en el zaguán, y en lo sucesivo logró escaparse siempre a su casa sin ser por don Andrés acompañada.

Después la procesión se metió en las lenguas del río que inundaban los callejones. Era un espectáculo extraño ver toda aquella gente empujada por la fe, descendiendo por las callejuelas convertidas en barrancos. Los devotos, levantando el hachón sobre sus cabezas, entraban sin vacilar agua adelante hasta que el espeso líquido les llegaba cerca de los hombros. Había que acompañar al santo.

Los representantes empiezan a llegar, la alfombra está cubierta de sangre, el cadáver del presidente yace tendido aún; el señor Irigoyen propone que al día siguiente se reúnan el mayor número posible de rodados para acompañar debidamente al cementerio a la ilustre víctima.

Ratos felices eran para Rosalía estos que pasaba con la marquesa discutiendo la forma y manera de arreglar sus vestidos. Pero el gozo mayor de ella era acompañar a su amiga a las tiendas, aunque pasaba desconsuelos por no poder comprar las muchísimas cosas buenas que veía. El tiempo se les iba sin sentirlo.

La Regenta, si caía iba a ser exageradísima». Y se preparaba Mesía. Leyó libros de higiene, hizo gimnasia de salón, paseó mucho a caballo. Y se negó a acompañar a Paco Vegallana en sus aventurillas fáciles y pagaderas a la vista. «El diablo harto de carne...» le decía Paco. Y don Álvaro sonreía y se acostaba temprano. Madrugaba.

Acudió el capitán a abrazar a su hermano, y él le puso ambas manos en los pechos por mirarle algo más apartado; mas, cuando le acabó de conocer, le abrazó tan estrechamente, derramando tan tiernas lágrimas de contento,que los más de los que presentes estaban le hubieron de acompañar en ellas.

Palabra del Dia

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