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Repítaselo usted en buena hora dijo Ruperto con la mayor indiferencia; y viendola desprevenida, se le acercó de un salto y la besó, echándose después a reír y exclamando: ¡Ahora tiene usted algo más que contarle! De haber tenido mi revólver, la tentación hubiera sido quizás demasiado fuerte, pero desarmado como estaba, agregué aquel nuevo desmán a la cuenta que tenía pendiente con Ruperto.

Una almadía, conduciendo gente muy bulliciosa y regocijada, se acercó al costado de la nave. Uno de los de la almadía pidió permiso para que visitasen la nave él y sus compañeros.

Se acercó al atorrante, ansiosa, sin disimular el deseo de tener noticias de la otra casa: estaban solos, y bien podía pronunciarse el nombre maldito de los Vargas, sin temor alguno. Pero, ¿qué he de contarte? exclamó Agapo, no nada, cosas que yo me imagino. Verás: hoy entro, y me encuentro a misia Casilda con los ojos como tomates, ¿qué quiere decir, Cristo?

El padre Aliaga cerró el balcón, acercó un sillón á la chimenea, y dijo á aquel hombre: Sentáos, sentáos, señor Alonso, y recobráos; afortunadamente el visitante no ha sido molesto ni hablador; estos balcones dan al Norte y hubiérais pasado un mal rato. Es que no le he pasado bueno.

Con usted, señora, es bien fácil ser complaciente respondió Fabrice sonriendo con tristeza . Vamos, hable usted. Y le acercó una silla por cuanto advirtió que la vizcondesa estaba a punto de desfallecer. Señor Fabrice comenzó aquélla después de un breve silencio , me he enterado hoy de una cosa que me parece que tal vez le interese saber...

Sin saber por qué, la imaginación del estudiante no pudo menos de atribuir á la entrada de aquellas personas en tal casa cierto misterio: se acercó, miró el número, y cuando se alejaba, dispuesto ya á retirarse, vió que venían otras dos personas embozadas hasta los ojos.

Y acaso su excelencia la traiga una buena noticia, dijo doña Inés. Pues, avisémosla. Avisémosla. Id vos. No, vos. Cualquiera. Y doña Inés se levantó, abrió las vidrieras, y de puntillas se acercó al lecho, y dijo casi al oído de su señora: La escelentísima señora camarera mayor de su majestad, quiere veros, señora.

Fijóse en mi, y al punto, llamándome por mi nombre, se me acercó con muestras de alegría por haberme encontrado. Era el diplomático. Gabriel me dijo con voz temblorosa y sin dejar de mirar hacia el sitio del tumulto , vas a hacerme un favor... ¡Los franceses! ¡Están ahí los franceses!