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Actualizado: 23 de mayo de 2025
Este retrato añade que era de medio cuerpo del natural, contaba Andrés Esmit pintor flamenco en esta corte, que a la sazón estaba en Roma, que siendo estilo que el día de San Joseph, se adorne el claustro de la Rotúnda donde esta enterrado Rafael de Urbino, con pinturas insignes antiguas y modernas, se puso este retrato con tan universal aplauso en dicho sitio, que a voto de todos los pintores de diferentes naciones, todo lo demás parecía pintura, pero este solo verdad: en cuya atención fue recibido Velázquez por Académico Romano año de 1650».
Figura en primer término entre estos autores, el Capitán de navío de Académico de la Historia D. Cesáreo Fernández Duro, que ya por los años 1875 y 76 hizo estudio especial del asunto publicándolo en el Museo Español de Antigüedades y en las Disquisiciones náuticas.
No, para mondar la manzana.... Eso ya es inverosímil. Lo mismo opinan Beltrand y la orquesta. ¡Cielos! monda la manzana; ¡es la marquesa de Pompadour!... ¡de Pompadour!... Ana soltó el trapo. Rió de todo corazón el disparate del académico y la gracia de su marido. «La verdad era que Quintanar parecía otro». Petra sirvió el té. ¿Ha vuelto Anselmo de Vetusta? preguntó el amo.
Vino a España luego, haciendo aquí larga estada y doctorándose en Derecho y Cánones en la Universidad salmantina. Convivió en Madrid con políticos influyentes, literatos y todo linaje de artistas. Tuvo una mesa hospitalaria. En el Ateneo, leyó el crítico y académico Cañete versos de Paterno. Escribió novelas y sobre historia y folklore filipinos.
Aunque estudiaba Derecho solo para tener un título académico, gozaba no obstante fama de aplicado y como dialéctico á la manera escolástica no tenía nada que envidiar á los más furibundos ergotistas del claustro Universitario.
Leopoldina Pastor, varonil solterona que pasaba ya de los cuarenta, guapa y muy erudita, despachaba una buena ración de brioche milanaise, disputando con don Casimiro Pantojas, antiguo director de Instrucción Pública, académico de la Lengua y celebérrimo literato.
De no morirse, le habrían nombrado académico. Le habrían obligado a hacer estatuas de filántropos repugnantes, de generales a caballo, de políticos de levita. Hubiera tenido que modelar, con todo su parecido vulgar y ramplón, la cara del hijo ilustre de cada ciudad, que, generalmente, es el cacique de la misma.
Difícil era que el personaje no se mostrase satisfecho; y una vez le tomase gusto a ser autor a tan poca costa, repetiría el encargo, dándole ideas para nuevos libros. El le sugeriría el deseo de ser académico, de conquistar la inmortalidad apedreándola con grandes volúmenes de interminables notas que nadie leería. Acababa de encontrar un filón; iba a tener una renta fija.
Pero el nuevo Académico no ha lucido sólo en las Asambleas políticas las dotes que como orador le distinguen, sino que, durante tres años, ante numeroso y complacido concurso, ha dado en el Ateneo interesantes lecciones sobre La libertad política en Inglaterra, las cuales, con aplauso general y no escaso fruto de los que estudian seriamente la política, corren impresas en tres volúmenes.
Razón tenía el académico. No bien fijamos los ojos en la Catedral Vieja, los cuatro expedicionarios convinimos en que ella, la portada de la Universidad y la Casa de las Conchas eran lo mejor que hasta entonces habíamos visto en Salamanca, y que cualquiera de estos monumentos valía todas las molestias del viaje.
Palabra del Dia
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