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Actualizado: 29 de junio de 2025
Las marchas interminables por la sierra, las noches pasadas al raso y las privaciones de todo género que han tenido que sufrir nuestros soldados, no fueron bastante, sin embargo, á abatir el espíritu de esos bravos luchadores que parecían insensibles á las fatigas corporales.
Alguna vez al apagarse el dia Oirás sonar mi fúnebre laud, Y arrodillado ante tu fosa fria, Decir al polvo del dolor ¡Salud! ¡Nunca te turbe el grito del hermano Que cae herido del furor tenaz, Y al abatir sobre esta cruz mi mano Puedas, poeta, dormitar en paz!
Tu hermano está en Bayona. Lo mejor es que se pase por Molina antes de venir a Madrid. Le escribiré hoy mismo. Sosiégate; tú eres así, o la apatía andando o la pura pólvora... Eso es ahora, que antes, para mover un pie le pedías licencia al otro. Te has vuelto muy atropellado. Le miró de un modo tan indagador, que al pobre chico se le volvieron a abatir los ánimos.
A los ojos del poeta, el monje desagradable habria sido la personificacion del instituto; y en castigo del mal recibimiento, hubiera sido condenado este género de vida, y acusado de abatir el espíritu, estrechar el corazon, apartar del trato de los hombres, formar modales ásperos y groseros, y acarrear innumerables males sin producir ningun bien.
El también tenía que exorcisar su corazón, borrar otras lascivias y perjurios, y abatir del todo la deshonrosa memoria que se levantaba como un peñasco entre Dios y su alma. Una tarde, sentado en un poyo del Zocodover, ligó Ramiro amistad con el viejo espadero Domingo de Aguirre. Era la hora de la siesta. Se hubiera dicho que la campanada de la una caía sobre Toledo cual hipnótico ensalmo.
La multitud abrió paso, y veloces, con ciego impulso, como espoleadas por el terror, pasaron una docena de muchachas despeinadas, greñudas, en chancleta, con la sucia faldilla casi suelta y llevando en sus manos, extendidas instintivamente para abatir obstáculos, un par de medias de algodón, tres limones, unos manojos de perejil, peines de cuerno, los artículos, en fin, que pueden comprarse con pocos céntimos en cualquier encrucijada.
Aunque parece increíble, se ha desmejorado aun más de lo que estaba cuando murió Magdalena, después de abatir su cuerpo y su espíritu los dos meses mortales que duró la enfermedad. »Cuando me vio, me dio un abrazo, y preguntóme si tenía algo que contarle de mi nueva vida.
Pero nuestro joven no se dejó abatir por estas nubecillas tan frecuentes entre enamorados y continuó bloqueando, unas veces por medio de pláticas eruditas y otras con actitudes lánguidas y románticas, la carita redonda y los tres mil duros de renta de la inquieta damisela.
Palabra del Dia
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