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Actualizado: 10 de junio de 2025


Nos vio, y una palidez mortal invadió su rostro, mientras que Carlos y yo nos sonrojamos al darnos cuenta de su presencia. »Teobaldo se repuso, y nos sonrió con la tristeza que acostumbraba. »Amigos míos nos dijo, sentándose cerca de nosotros. Se acordarán ustedes de la sorpresa que me causó, hace algunos meses, el sueño que Carlos nos contó había tenido.

Me parece que en estos momentos, cuando se halla tan cercana la realización del constante sueño de mi vida, es como una profanación distraer la mente hacia otros objetos.

Recibió ella la descarga risueña y sosegadamente, sin un sonrojo, sin perder minuto de sueño, sin que el latir del corazón se le acelerase cuando Miranda, desahogado siempre, repicaba la campanilla o entraba haciendo ruido con las flamantes botas. Como ningún amoroso requiebro de Miranda vino a confirmar los dichos de las gentes, estaba Lucía descuidada y tranquila lo mismo que de costumbre.

No tenía sueño... ¡Los Febrer! ¡Qué pasado tan glorioso! ¡Y cómo gravitaba sobre él este pasado, como una cadena de esclavitud que aún hacía más triste su miseria!...

Hay un amor oculto en cada cosa y en cada cosa una sutil tristeza, lo mismo en una rosa vaso que Abril llenó de su belleza que en la fina y voluble mariposa de lírica hermosura, que, al posarse temblando en tu cabeza, surmonta su locura a tu locura. Cuando despunta un sueño y florece en la vida una quimera, el fondo de las cosas es risueño porque es azul como una primavera.

Por la mañana, en efecto, entró en el cuarto donde Herminia había acabado por dormirse con un sueño febril y puso una carta sobre la mesa, diciendo: Lee y añade lo que quieras.

Todos los habitantes del buque sentían después del almuerzo una tendencia al sueño, abrumados por el caliginoso ambiente entorpecidos por una elaboración pesada, anonadados y felices al mismo tiempo por las voluptuosas contracciones del tubo digestivo en plena tarea asimilatoria. Era el momento según Maltrana de la gran pureza.

Hasta bien pasada la media noche no empezaron los amagos del sueño a confundirme y amontonarme estos pensamientos y aquellas imágenes en la cabeza; y entonces fue, precisamente, cuando unos golpes dados en el suelo del cuarto de mi tío. Solía él llamar así con un palo que le ponían arrimado a la cabecera de la cama.

Los frascos de morfina están ahí, en salvo en el fondo de mi gaveta; un presentimiento me decía que algún día los necesitaría, cuando los reservaba secretamente, a despecho de las órdenes de mi anciano tío el doctor. Las pocas horas de sueño que he perdido me serán devueltas así al céntuplo. Escribiré todavía una carta a mi tío; él será mi heredero y mi confidente.

¡No dormirá más, no! prosiguió la marquesa sin hacer caso de la interrupción . Yo me encargaré de envenenar su sueño, de tener abiertos sus ojos hasta que apunte la aurora.

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