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Actualizado: 2 de julio de 2025
Conviene advertir que la obra de Moreno, como escrita muy á la ligera, contiene varias inexactitudes; sin embargo, hay una circunstancia que en el caso presente puede dar fuerza á su aserto, y es, el añadir que en la clave del arco principal de la referida capilla mayor antigua se hallan esculpidas las armas del obispo D. Iñigo.
Guiomar y don Íñigo se veían tan sólo a las horas de la comida y de la cena. El anciano, sentado a la cabecera, y su hija, hacia un extremo de la tabla, entre Ramiro y el Capellán, permanecían todo el tiempo sin hablarse. En medio del angustioso mutismo, cualquier rumor, el choque de la platería, las pisadas de un paje, el grito de los buhoneros en la calle, cobraba un eco solemne.
Extráñalo mucho Don Iñigo, y encarga á Don Félix que diga á su compañero, que espera inmediatamente su casamiento con su hija, y que, en caso contrario, ha de darle una satisfacción sangrienta. Don Félix promete hacerlo; vase el anciano, y acuerdan ambos amigos que Lisardo celebre una conferencia secreta con el padre de Laura, y que le descubra sin ambajes la verdad.
Lisardo cree que este anciano se propone hablar á su amigo de la visita hecha á su hija, y para evitarle ese disgusto se hace pasar por Don Félix; Don Iñigo, sin embargo, le estrecha amistosamente las manos; dícele que el padre de Don Félix le ha escrito desde Granada recomendándole su hijo, y le ofrece sus servicios.
En ellos se refugiaba, evitando la plena luz, el desconocido ceremonioso que comenzaba a introducirse en la reunión, sin que nadie supiese quién le traía; el hidalguejo tagarote, amigo de un amigo de don Íñigo y venido al olor del agasajo, el alférez del Alcázar, el capellán de monjas, el escribano de número...
Iñigo, lleno de agradecimiento hacia el noble moro, regresa de su cautiverio; pero en el camino se le aparece de repente un caballero con traje cristiano, en el cual reconoce á Abdallah con no escasa extrañeza suya.
Por fin, pocos días antes de la muerte de don Íñigo, volvió a recibir un billete en el cual le manifestaban que Ramiro era hijo de doña Guiomar de la Hoz y de un moro de Córdoba; y que si acudía tal día, a tal sitio y a tal hora, se le haría conocer toda la historia del nacimiento. Don Alonso dirigiose al lugar de la cita, acompañado de un solo lacayo.
Busca en seguida al amante, sacándolo de su escondite; pero la sorpresa de Laura es extraordinaria, al encontrarse con Lisardo, porque Don Félix, con ayuda de una criada, ha podido huir por una puerta trasera, y Lisardo, que estaba de visita en casa de Clara, se ha refugiado en la de Don Iñigo, huyendo de la primera por la vuelta repentina de Don Antonio, y ocultándose en el mismo lugar, en que estuvo antes Don Félix.
Cuéntale éste que ha visto casualmente el retrato de una cristiana de maravillosa belleza, inspirándole tal amor su sola imagen, que no piensa reposar hasta que encuentre el original y lo posea. Dice á Iñigo que, en agradecimiento de la libertad que le ha concedido, espera de él que le ayude á buscar á su amada, y á traerla á sus brazos. Iñigo le pide el retrato, y reconoce aterrado á su Leonor.
Poco después, entreabrió lentamente la boca, y una sola sílaba, pronunciada con fuerza, como por otro ser invisible, una sílaba que era todo un inmenso dolor, resonó en el silencio: ¡Sí! dijo don Íñigo. Y fue un sí espectral, lúgubre, un largo sí de otro mundo. Ultimo aliento, última burbuja de aquel espíritu que se hundía para siempre en el mar de la eternidad.
Palabra del Dia
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