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Doña Lupe, hágame el favor de traerle la ropita, porque no está bien que salga a la calle con esa facha. ¿Pero a dónde le va usted a llevar? Déjeme usted a , señá ministra. Yo me entiendo. ¿Teme que le robe esta alhaja? Mi ropa, tía, mi ropa dijo Maxi tan animado como en sus mejores tiempos, y sin ninguna apariencia de trastorno mental.

«¡Cuidado que es desgracia! repitió la señora de Santa Cruz dando un gran suspiro , ¡las tiendas cerradas hoy!... Porque es preciso comprarle ropita, mucha ropita... Hay en casa de Sobrino unas medidas de colores y unos trajecitos de punto que son una preciosidad... Ángel, ven, ven con tu abuelita... ¡Ah!, ya conoce el muy pillo lo que has hecho por él, y no quiere estar con nadie más que contigo».

Ciego y pobre, te arreglas mismo tu ropita; enhebras una aguja con la lengua más pronto que yo con mis dedos; coses a la perfección; eres tu sastre, tu zapatero, tu lavandera... Y después de pedir en la parroquia por la mañana, y por las tardes en la calle, te sobra tiempo para ir un ratito al café... Eres de lo que no hay; y si en el mundo hubiera justicia y las cosas estuvieran dispuestas con razón, debieran darte un premio... Bueno, hijo: pues lo que es esta tarde no te dejo trabajar, porque tienes que hacerme un servicio... Para las ocasiones son los amigos.

Ambos creían no volver a ver a su adorado nene, en quien, por ser único, se miraban y se recreaban con inefables goces de padres chochos de cariño, aunque no eran viejos. Cuando el tal Juanito entró en su casa, pálido y hambriento, descompuesta la faz graciosa, la ropita llena de sietes y oliendo a pueblo, su mamá vacilaba entre reñirle y comérsele a besos.