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Verdad es que la casa de don Pablo Aquiles quedaba un poco al oeste y lejos, por lo tanto, del centro del bullicio, pero él pensaba lo que era en sus tiempos aquella fiesta: de día, pruebas, palo jabonado, rompe-cabezas en la Plaza de la Victoria, y fuegos artificiales, por la noche. ¿Qué digo en sus tiempos? hasta hace poco se cumplía idéntico programa.

Yo entiendo la religión y la moral a mi manera; una manera muy sencilla... muy sencilla.... Me parece que la piedad no es un rompe-cabezas.... En suma, Anita ya sabe usted que ha escrito versos es un poco romántica. Eso no quita que sea una santa; pero quiere traer a la religión el romanticismo, y yo ¡guarda, Pablo! no me encuentro con fuerzas para librarla de ese peligro. A usted le será fácil».

Al oír esto Carlos, que tenía un año más que Enrique, se puso hecho un energúmeno, diciendo que si le enredaban otra vez con sus mapas, iba a hacer una en las narices de su hermano y su primo que fuese sonada; pero aquél le tranquilizó en seguida, manifestándole por lo bajo que no habían andado con su rompe-cabezas, sino con los frascos de Eulalia: no sólo se sosegó, sino que tuvo una verdadera satisfacción, porque para odiar a Eulalia estaban todos de acuerdo en la casa, menos su padre y su madre.

Para evitar su fascinadora influencia se acercaron a los señores que allí había, los cuales les saludaron con palmaditas en el rostro. Doña Martina, después de dar a Miguel un beso sonoro en la frente, les preguntó que dónde habían estado: contestó Miguel en voz alta, para que lo oyese Eulalia, que se habían pasado la tarde en el cuarto de Enrique y Carlos jugando con el mapa de rompe-cabezas.