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Las víboras que son mas ponzoñosas, Cascabel en la cola tienen puesto, De diversas colores son vistosas, Saltando de la tierra, y de su puesto, Arremeten al hombre muy furiosas. Hasta morder con rabia el rostro y gesto. A las hay criò Dios una yerba, Que es dicha por su nombre contrayerba.

Para picadura de Culebras ponzoñosas es un remedio infalible las hojas de la yerba Badian na burit pilan dolas y aplicando á la picaduraTras la anterior lectura no hay más remedio que descansar. Ligao. Su situación Etimología. Historia Fundación. Los libros parroquiales. Primeras partidas bautismales. El Padre Crespo. La fe y el patriotismo Veladas lírico-literarias.

Además, la simplicidad franca de la leonesa le brindaba campo virgen e inculto donde plantar todas las flores exóticas de la moda, todas las plantas ponzoñosas de la maledicencia elegante.

Se sirven de ese artificio para cazar pajarillos, y también en la guerra, impregnando en este último caso la punta de la flecha del zumo del upas, que es una de las plantas más ponzoñosas que se conocen.

Dios me libre de ser calumniador y de pecar de malicioso. Quizá fuesen ponzoñosas hablillas de la malvada lengua del boticario, a lo que parece, acérrimo enemigo de Serafina.

Mientras su caballo seguía galopando, él armaba el arco para disparar la peste. En su espalda saltaba el carcaj de bronce lleno de flechas ponzoñosas que contenían los gérmenes de todas las enfermedades, lo mismo las que sorprenden á las gentes pacíficas en su retiro que las que envenenan las heridas del soldado en el campo de batalla.

Metidos casi siempre en el agua para arrastrar la canoa y enteramente descalzos, durante el dia nos veiamos atormentados por las picaduras ponzoñosas de los jejenes á los que reemplazaban por la noche enjambres de mosquitos mas encarnizados todavía.

Metidos siempre en el agua para arrastrar la canoa y casi descalsos, durante el dia éramos devorados por las picaduras ponzoñosas de los quejenes, á los que reemplazaban, por la noche, enjambres de mosquitos mas encarnizados todavía.

Estaba admirablemente bella y la idea de que otros lo sabían tan bien como yo no tardó en oprimirme agriamente el corazón. Hasta entonces mis sentimientos respecto a Magdalena habían escapado a la mordedura de sensaciones ponzoñosas. «Un tormento más», me dije. Creía haber agotado toda suerte de desfallecimientos.