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Al ser abiertas, entra el aire exterior y se condensa instantáneamente, formando un humo blanco junto a las lamparillas eléctricas: algo así como si lloviese sal o hielo molido.

En las noches tibias del trópico, bajo una luna enorme de color de miel que convertía el mar en planicie de azogue, los ejecutantes, vestidos de frac y sentados en la cubierta superior ante las filas de atriles iluminados por lamparillas eléctricas, iban desarrollando en una atmósfera dormida que guardaba tal vez los primeros vagidos del nacimiento del planeta las melodías más originales, las combinaciones de sonidos más refinadas que engendró el sublime delirio del artista hecho dios.

En alto está un altar de fina plata, Con cuatro lamparillas á los lados Encendidas, y alguna no se mata, Que estan cuatro ministros diputados. Un sol bermejo mas que una escarlata, Allí está con sus rayos señalados: Es de oro fino el sol allí adorado, ¿Mas hay de quien él sea deshechado?

Poco a poco fue llegando gente; empleados que venían desperezándose, mozos que sacaban de junto a las básculas los carretones de los equipajes, otros ocupados en recoger lamparillas de los coches, y algunos que traían grandes atados de cántaras vacías, devueltas por los lecheros a su punto le origen.

Trae aceite, todo el aceite que haya en la cocina.... Al fin se decide usted a comer algo. Trae una gran fuente. Trae la caja de lamparillas. Trae las velas que haya en casa. Encima de la cómoda había una imagen de la Virgen de Covadonga. Felicita encendió una gran iluminación delante de la imagen. De rodillas, rogaba: ¡Señora, sálvalo!

Las pocas lamparillas que todavía alumbraban se extinguían con un estremecimiento incorpóreo, al modo de leve recuerdo dorado. Felicita sintió que una mano invisible le apretaba el corazón. No podía respirar. Cantó un gallo. Una voz de timbre increíble resonó en la cabeza de Felicita: «Es la hora en que Lucifer cae al averno y las almas de los justos vuelan a Dios

Yo no , lector, si alguna ocasión te has encontrado de noche en un vasto templo, sin más luz que la que despiden algunas lamparillas colocadas al pie de las efigies, y sintiendo el vuelo y el graznar fatídico de esas aves que anidan en las torres y bóvedas.