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La claridad de la noche permitía ver las llanuras cultivadas, los bosques y colinas, los canales que rayaban el paisaje con sus líneas blancas y caprichosas. Fume un cigarro, me puse a «echar globos», como llaman en Bogotá al fantaseo indefinido del espíritu, y volví en busca de mi cama.

El humo de aquel tabaco humedecido, seco, vuelto a humedecer y resecar infinitas veces, tenía en aquel momento un gusto a cumbarí, solución Coirre y sulfato de soda, mucho más ventajoso que la primera vez. Emprendí, sin embargo, la tarea que sabía dura, con el ceño contraído y los dientes crispados sobre la boquilla. Fumé, quiero creer que cuarta pipa.

Más inmoral es que los vicios tengan buenos edificios y las letras ninguno... Seamos prácticos, señores, y no nos dejemos llevar de sentimentalismos. En política no hay cosa peor como el sentimentalismo. Mientras por respetos humanos prohibimos el cultivo del opio en nuestras colonias, toleramos que en ellas se fume, resulta que no combatimos el vicio pero nos empobrecemos...

Pues mire usté, para que se vea lo que son las cosas, todavía, después de vestirse con la peseta que gana la infeliz, le queda para que fume su padre.... ¡Pero ya se ve!..., es una pobre costudera..., ¡y allá va eso!

Vd. es ahora podríamos decir de la casa, y le aseguro que Luis María lo estima muchísimo. El aludido me puso la mano en el hombro y me ofreció cigarrillos. Fume, fume, y no haga caso. ¡Pero Luis María! le reprochó la madre, semi-seria cualquiera creería al oirte que le estamos diciendo mentiras a Durán! No, mamá; lo que dices está perfectamente bien dicho; pero Durán me entiende.