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Como estaba tan enlazado lo uno con lo otro, tirando del modo de comer salió el modo de vivir y el modo de viajar. Nuevas admiraciones y nuevos asombros. También extremé bastante la tesis aquí, y hasta sospecho que mentí un poco, aunque dentro de lo verosímil y perdonable.

Pero la verdad es que sólo merece esa fama por su estilo elegante, y por la tersura natural de su diálogo; son sus obras dramáticas lindas miniaturas trazadas con facilidad y limpieza; pero, sin embargo, es lo cierto que quien no propenda á mirar al tecnicismo elegante y perfecto de la composición como las cualidades más meritorias de toda obra poética, sino que, al contrario, extreme más sus pretensiones para censurarlas, renunciará descontento á su lectura.

Necesito, además, escribir esta segunda carta para disculparme de no rasgar la primera; porque, después de la longánima docilidad con que se somete usted á mi censura, tal vez acerba, y me la paga en alabanzas, parece ruindad en el que mi censura se haga pública, y el que, siendo yo, por lo común, indulgente y hasta lisonjero con los extraños é indiferentes, me extreme por la severidad con usted, á quien cuento entre mis mejores amigos.

XVII. EL OSO, LA MONA Y EL CERDO Tomás de Iriarte XVIII. EL PATO Y LA SERPIENTE Tomás de Iriarte XIX. LOS DOS CONEJOS Tomás de Iriarte XX. LA ABEJA Y EL CUCLILLO Tomás de Iriarte XXI. LA ARDILLA Y EL CABALLO Tomás de Iriarte [Illustration: EL RICO EXTREME

Cuando la mayoría de la prensa censuraba y achacaba á móviles mezquinos la llevada con tan feliz éxito y positivos resultados por el general Weyler, yo, que era entonces periodista a fortiori y aun director in partibus infidelium de un periódico militar, extremé la defensa de aquellas operaciones, porque estaban ya arraigadas en las convicciones que hoy sustento.

Por , no, mamá; puedes estar segura. Con tal que él no extreme las cosas y pretenda que nos demos duchas de agua de Lourdes. ¡Te advierto que a no me ha dicho nada! He ido a misa porque, estando aquí él, me parecía feo... Esta disculpa no exigida, ni siquiera rogada, fue para Pepe un rayo de luz: ya no le cupo duda de que las idas a la iglesia eran obra del otro.