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Ozores dio órdenes para que se vendiese como se pudiera en la provincia de Vetusta la poca hacienda que no había malbaratado antes, y la mitad del producto de tan loca enajenación la dedicó a la compra de aquella quinta de su amigo Iriarte. La otra mitad fue destinada al socorro de los patriotas más o menos auténticos.

Los seis meses de aldea los pasaba mucho mejor, aun con ser aquel lugar el de su antiguo cautiverio y el de la aventura de la barca, y la calumnia subsiguiente. Pero de cuantos podrían recordarle aquella vergüenza, sólo veía ella al señor Iriarte, el hombre del aya, que visitaba a don Carlos y miraba a la niña con ojos de cosechero que se prepara a recoger los frutos.

Cuando iban caminando á España estas justificaciones, llegó de la bahía de San Julian á la plaza de Montevideo el Super-intendente D. Antonio de Viedma, y le presentó una informacion, que á su pedimento recibió el capitan de infanteria D. Felix Iriarte, compuesta de los pobladores de aquella colonia, en que únanimes declaran, con referencia á lo experimentado en los frutos de sus sementeras, que aquellos terrenos eran productivos para mantener la poblacion.

Campo es poeta de impresion; ha recibido impresiones, posee el don de expresar de una manera siempre clara y á menudo elegante sus pensamientos: Campo es lo que puede ser. No hay que indignarse con el pez porque no ande, si sabe nadar bien, ni echar en olvido la fábula de Iriarte, que nos presenta al ganso haciendo de todo un poco, y haciéndolo todo como quien era.

Aconsejaron los médicos aires del campo y del mar para la niña y el aya escribió a don Carlos que un su amigo, Iriarte, el que le había recomendado a doña Camila, vendía en una provincia del Norte, limítrofe de Vetusta, una casa de campo en un pueblecillo pintoresco, puerto de mar y saludable a todos los vientos.

Su marido quedó como arrebatado, sin poder dar un paso adelante. Pero el ricacho exclamó: «¡Buena posesión!, ¡y qué buena bodega haría!» ¿Habéis comprendido mi idea? Sin duda respondió el coronel riéndose , que un necio elogio es peor que una crítica; ya lo dice la fábula de Iriarte: Si el sabio no aprueba, ¡malo! Si el necio aplaude, ¡peor!

Si usted quería escribir, imprimía y vendía cuanto a mientes se le viniese, y ahí están si no las obras de Saavedra, las del mismo Comella, las de Iriarte, las de Moratín, las poesías de Quintana, que escritas en nuestros días no podrían probablemente ver en muchos años la luz pública.

XVII. EL OSO, LA MONA Y EL CERDO Tomás de Iriarte XVIII. EL PATO Y LA SERPIENTE Tomás de Iriarte XIX. LOS DOS CONEJOS Tomás de Iriarte XX. LA ABEJA Y EL CUCLILLO Tomás de Iriarte XXI. LA ARDILLA Y EL CABALLO Tomás de Iriarte [Illustration: EL RICO EXTREME

Se conoce que no es tonto dijo Fernando VII. Rieron todos la agudeza del monarca, y la frase salió de la cámara regia, cruzó por los salones, pasó por las antesalas, y al bajar las escaleras comentábanla ya todos, muy admirados del talento de la criatura, asegurando que a los tres días de nacida había recitado a su augusto padrino el Padrenuestro, el Avemaría, parte de la letanía lauretana y una fabulita de don Tomás Iriarte; aquella que empieza: Por entre unas matas Seguido de perros, No diré corría, Volaba un conejo...

Allí había colocado la mano discreta de la tía mis primeros libros de estudia, conservados cuidadosamente en la familia; desde el Catecismo de Ripalda y el Fleury, hasta la Gramática de Iriarte, aquella gramática atiborrada de malos versos, que puso en mis manos don Basilio, el eterno alcalde de Villaverde, una noche inolvidable, la noche del reparto de premios. Abrí los libros.