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Sintió de pronto dos dolores agudos, como una herida gemela hecha con dos armas a un tiempo: distinguió una tijera enorme que sobre ella se cernía; vio caer al suelo dos alas de paloma blancas y ensangrentadas; y sin ser poderosa a más, cayó ella también, pero de prodigiosa altura; no al suelo del jardín, sino a un precipicio, una sima muy honda, muy honda.... Allá en el fondo ardían dos lucecicas, y la miraban unos ojos compasivos de mujer vestida de blanco.... Ni más ni menos que caía en la gruta de Lourdes... no podía ser otra; estaba tal como la había visto en la iglesia de San Luis en Vichy; hasta la Virgen tenía los mismos rosales, los mismos crisantemos.... ¡ay, qué fresca y hermosa era la gruta, con su manantialillo murmurador!

Versaba sobre la milagrosa aparición de la Virgen en la gruta de Lourdes a los pastorcillos Máximo y Bernardeta; estaba en francés y adornado con grabados.

Habían ido en devota peregrinación a Lourdes y a Roma, y de allí habían traído varias reliquias del referido Santo, el cual había sido uno de los seis mil mártires de la legión Tebana; y por dicha, resultaba probado con evidencia que fué natural del pueblo más importante del distrito por donde el marido de Rosita solía salir diputado.

Entonces concertaron su plan: Elvira había de partir aquella misma noche a Lourdes, acompañada de mademoiselle Carmagnac, señora muy respetable, que había sido aya de la única hija de la marquesa de Villasis.

Y Desnoyers hizo inmediatamente el corto trayecto entre Pau y Lourdes. Nunca había visitado la santa población cuyo nombre repetía su madre frecuentemente. Para doña Luisa, la nación francesa era Lourdes.

La verdad... es... que no tengo sombrero... para hacer... el viaje a Lourdes... Los que tengo... son... muy antiguos... Hazme el favor... de escribir... a Luisa... y que me envíe... uno, de novedad... también... necesitas un vestido... Encárgalo..., hija mía..., encárgalo. Mamá, deja las vanidades del mundo... Acuérdate de Dios... Mira que vas a comparecer muy pronto a su presencia...

No irá... Yo me encargo de detenerlo. Pero, ¿y si fuera verdad, María? tornó a decir Elvira, aferrándose a su idea . ¿Y si su arrepentimiento es cierto y se encuentra el pobre con que le cierro la puerta?... Entonces sabré yo conocerlo y te lo llevaré a Lourdes yo misma... Iremos los tres a buscarte: él, yo y tu hijo.

Hiciéronle atravesar un ancho corredor dado de cal, con alto zócalo de azulejos, y entró en un cuarto espacioso, donde todo el mueblaje consistía en un par de docenas de sillas de Vitoria, y en uno de cuyos muros se veía una estatuilla de la Virgen de Lourdes con las manos cruzadas sobre el pecho, túnica blanca y faja azul.

Y como estos dioses rudimentarios eran temidos en la proporción en que habían sido poderosos y temibles en vida, los caudillos sobresalientes deslucían a los comunes en la imaginación de los sobrevivientes, como el sol a las estrellas durante el día, relegándolos a subdioses, y magnificados aquéllos después por la leyenda, vinieron a ser dioses locales o tribales, dioses nacionales más tarde, con el triunfo de su tribu sobre otras tribus, dioses universales, finalmente, y por el mismo proceso de abultamiento fantástico que en la antigüedad griega levantaba la reputación de poder sobrenatural de una estatua particular de Júpiter, de Venus o de Minerva, sobre todas las restantes, y que en la actualidad católica y cismática destaca la reputación milagrosa de una entre los millares de imágenes o de estatuas de la Virgen o de los santos, sobre todas las de un país, como sucede con la de San Nicolás de Rusia, o con la de Luján entre nosotros, o sobre la de todos los países como ocurre con la de Lourdes en Francia.

Indudablemente no había sabido expresarse: necesitaba hablar con ella otra vez... Y decidió permanecer en Lourdes. Pasó una noche de tortura en el hotel, escuchando el rebullir del río entre las piedras. El insomnio le tuvo entre sus mandíbulas feroces, royéndolo con un suplicio interminable. Encendió la luz varias veces, pero no pudo leer.