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Las acciones á precio de 500 pesos se tomaron, la sociedad principió á funcionar y á pesar de la abundancia del producto terruño, el producto metálico en los balances de inspección debió ser negativo, pues á ciencia cierta sabemos solo se han repartido dividendos pasivos entre los accionistas, llegando el desaliento en estos, hasta el punto que hoy no tienen precio las acciones por falta de cotización y por consiguiente de demanda.

Trinaba contra todo arancel que no significara un simple recurso fiscal, mientras que D. Baldomero, que en todo era templado, pretendía que se conciliasen los intereses del comercio con los de la industria española. «Si esos catalanes no fabrican más que adefesios decía Arnaiz entre tos y tos , y reparten dividendos de sesenta por ciento a los accionistas...».

Al examinar aquello, renacieron los rencorcillos y las quejas que diferentes veces habían perturbado su espíritu... ¡Quien tal poseía la privaba de ponerse un vestido nuevo! ¡El dueño de aquella suma se empeñaba en vestir a su mujer como una ama de cura!... ¡Oh, qué hombre más ñoño!... Si, como él decía, en lo sucesivo iba a ser ella verdadera señora de la casa, precisábale variar de temperamento, mostrarse más exigente, y dar a las economías de la familia un empleo más adecuado a la dignidad de la misma... Guardar dinero de aquel modo, sin obtener de él ningún producto, ¿no era una tontería? ¡Si al menos lo diera a interés o lo emplease en cualquiera de las Sociedades que reparten dividendos...!

Las damas y señoritas ponían gran interés en las carreras, examinando el programa, las cotizaciones, los dividendos de las ya corridas, y pidiendo y dando «pálpitos» para las que iban a correrse.

Las familias de los muertos y las almas sensibles prorrumpieron en alaridos de indignación contra la Compañía constructora. «Explotadores sin conciencia, que por hacer un buen negocio y aumentar sus dividendos llevan los hombres como bestias al matadero.» Y tenían razón; su protesta era justa. Decían la verdad.

Decir que estos manjares elegidos no le hicieron efecto, sería negar la evidencia y blasfemar de las comidas regaladas. M. L'Ambert adquirió en poco tiempo hermosos mofletes rojos, un pescuezo muy digno de cualquier ternero apoplético y una respetable panza. Pero la nariz parecía una especie de socio negligente o desinteresado, que no se ocupa en cobrar sus dividendos.