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Me lo yevé decía conmovido el marqués . Le degorví al empresario sus dos mil pesetas. Mi hasienda entera le hubiese dao. Al mes de pastar en la dehesa ya no le quedaban ni señales en el morriyo... Quise que aquel valiente muriese de viejo; pero los buenos no prosperan en este mundo. Un toro marrajo, que no era capaz de mirarlo de frente, lo mató a traisión de una corná.

Nunca se vio una tan poderosa armada, ni aprestados para una tan grande empresa tantos grandes capitanes; que siendo don Juan de Austria generalísimo de todas las escuadras de la Liga, allí asistían el príncipe Alejandro Farnesio, don Luis de Requesens, Marco Antonio Colonna, el proveedor Barbarigo, Juan Andrea Doria, el marqués de Santa Cruz don Alvaro de Bazan, Sebastián Veniero, Ascanio de la Corna, el prior y los caballeros de Malta, y otra multitud de capitanes, no de tan gran linaje, pero no menores en valor y nombradía, entre ellos Gil de Andrade, don Sancho de Leiva, don Miguel de Moncada, Francisco de Sancti Pietro y Diego de Urbina, y otros muchos de mar y tierra.

Teníase el miserable ejemplo de Nicosia y de Famagusta, sus defensores degollados y sus capitanes martirizados por el implacable infiel, aborrecedor del cristiano y nunca satisfecho de su sangre; y tal era el pavor que la voladora fama traía en sus alas, de las crudezas de aquella numerosa hueste de sanguinarias fieras, que capitanes tales y tan probados por su prudencia en el consejo y su bravura en lides, como Andrea Doria, Ascanio de la Corna y Sebastián Veniero, aconsejaron a don Juan de Austria, teniendo por temeridad el embestir contra el turco; pero el generoso mancebo, por cuyas venas corría la sangre del nunca vencido, ni en temor por nada puesto, emperador Carlos V, de gloriosa memoria, respondió a las dudas y a los temores de todos: Señores, ya no es hora de aconsejar, sino de combatir.