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No se podía pasar: las tierras estaban ahora cultivadas. ¿No lo sabía?... Algo de ello había oído el tío Tomba; pero en las dos semanas anteriores había llevado su rebaño á pastar los hierbajos del barranco de Carraixet, sin preocuparse de estos campos.... ¿De veras que ahora estaban cultivados?

Buscaban las pieles viejas de culebra, abandonadas entre los guijarros al cambiar de envoltura el reptil y festoneaban los caños de las fuentes con estos pellejos oscuros, atribuyendo a su ofrenda influencias misteriosas. Los largos días de inmovilidad en el monte, vigilando el pastar de las bestias, extinguía lentamente todo lo que en estos muchachos había de humano.

Cuando descendimos a Bodegas y pedí noticias de mis elementos de transporte, se me contestó que probablemente estarían en los potreros de Río Seco, pues a orillas del río no había punto donde hacerles pastar.

El mesticillo le había conducido á una altura arenosa, en el borde de la altiplanicie, desde la cual podían verse casi verticalmente las ruinas del rancho de la India Muerta. El conocía de fama este sitio. Veinte años antes estaba habitado por gentes que hacían pastar sus ovejas en los campos inmediatos. Pero el capricho de los huracanes los había cubierto de pronto con una gruesa capa de arena.

Entonces éste acudía á levantarla, cogiéndola por ambas manos. Pero la nueva aldeana se hacía la pesada: era necesario tomarla por la cintura para ponerla en pie. El viento del puerto, cargado de aromas saludables, los tornaba retozones como cabritillos. Escuchábase á lo lejos el sonido de los cencerros y veíanse pastar tranquilamente algunos ganados.

No; la sociedad no era un ejército; era más bien un rebaño triste y manso, que los malos pastores obligaban a pastar en campos de desolación, reservándose para ellos las mejores tierras. Los lobos de la desgracia rondaban en torno de él, arrebatando las reses más débiles, las que marchaban a la cola. Te digo, Isidro continuó , que soy otro, y que cada día pierdo algo de mis creencias.

Y era que recordábamos haber leído que los habitantes de este lugar se complacieron en desobedecer, humillar y contradecir á Carlos V durante su permanencia en Yuste, llegando al extremo de apoderarse de sus amadas vacas suizas, porque casualmente se habían metido á pastar en término del pueblo, y de interceptar y repartirse las truchas que iban destinadas á la mesa del Emperador.

La muchacha, que algo más lejos, sentada en el suelo, miraba pastar a unas vacas, también se volvió instantáneamente. ¡Diablo de señorito! exclamó el paisano tranquilizándose inmediatamente. Me ha asustado... Salta como un contrabandista. La muchacha le miró fijamente sin despegar los labios. Dispensen ustedes dijo Andrés un poco acortado.

Me lo yevé decía conmovido el marqués . Le degorví al empresario sus dos mil pesetas. Mi hasienda entera le hubiese dao. Al mes de pastar en la dehesa ya no le quedaban ni señales en el morriyo... Quise que aquel valiente muriese de viejo; pero los buenos no prosperan en este mundo. Un toro marrajo, que no era capaz de mirarlo de frente, lo mató a traisión de una corná.