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Tal vez así se conseguiría también que no se le antojase en Washington á ningún senador remedar á Catón Censorino y, en vez de llevar higos en un pliegue de la toga y de exclamar delenda est Carthago, llevar en un faldón de la levita azúcar mascabada ó catite, y exclamar: delenda est Hispania. Y aquí pongo término á esta prolija carta, prometiendo no escribir la tercera, pues basta con lo dicho.
Y Alcaparrón reía irónicamente de la simpleza de los gachés, de toda la gente que domina el mundo y oprime a los pobres gitanos, recordando ciertos prospectos y periódicos que había visto con el retrato de su respetable tío, luciendo sus patillas de boca de jacha, y su cara de ladrón, bajo un sombrero de catite como un campanario y rodeado de columnas impresas en lengua extraña, en las que se hablaba de mademoiselles las Alcaparronas y se celebraba su gracia y hermosura, repitiendo, cada seis renglones ¡ollé! ¡ollé!... ¡Y su tío, para mayor solemnidad, se titulaba el capitán Alcaparrón! ¿Capitán de qué?... Y sus primas, las mademoiselles, se hacían robar por señorones que le tenían miedo al padre, le terrible hidalgo, que tantas veces había rasgueado filosóficamente la guitarra en los colmados, mientras las niñas se ocultaban con los señoritos en los cuartos más lejanos. ¡Josú, qué guasa!...
Palabra del Dia
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