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Le interesaban de pronto las mujeres de vida sedentaria, la sociedad de tierra firme, los intrigas veraniegas en los balnearios célebres, y permanecía en un hotel costero, mientras su yate se balanceaba gallardamente sobre las aguas azules como un palacio de misterios y suntuosidades, hacia el que convergían todas las imaginaciones femeninas.

Me gustaba viajar, y viajaba mucho dentro y fuera de España; me gustaba el llamado «gran mundo» o «alta sociedad», y la frecuentaba en sus salones, en los teatros, en los paseos y hasta en los balnearios de moda, y en el deporte; me gustaban las Bellas Artes, aunque consideradas principalmente como artículo de lujo, y compraba cuadros y esculturas en las exposiciones; me gustaban ciertos hombres de la política y de la literatura, no por políticos ni por literatos precisamente, sino por la resonancia de sus nombres y el atractivo de sus conversaciones, y frecuentaba su trato y los acompañaba en sus círculos y en sus banquetes y en sus tertulias y francachelas... hasta me gustaban los toreros a cierta distancia, y a cierta distancia cultivaba la amistad de algunos de ellos.

Las jugadoras modestas sentían el capricho de un sombrero caro á la salida del Casino; los que necesitaban continuar sus combinaciones con nuevo capital no tenían mas que dar unos cuantos pasos para empeñar la alhaja; en los escaparates de las joyerías, el collar de perlas de un millón, las esmeraldas de trescientos mil francos, se exhibían durante el invierno, exacerbando el capricho femenil, y en verano emigraban á los balnearios célebres, para continuar su deslumbradora y muda tentación.

Los hombres como yo son para ella una especie de figurantes alquilados para animar los salones, los casinos, los balnearios, para sostener la conversación y ser galantes con las damas; pero no le interesan. Me lo ha dicho esta tarde, una vez más. ¿Y á ti te duele su opinión? dijo el príncipe. Calló Atilio, como si pesase sus palabras antes de hablar.

Gastamos toda la ganancia en París y en los balnearios, sobre todo en los balnearios. Como es tan generoso ya conoces a Ricardo me hizo comprar no cuántos trajes; me regaló un montón de alhajas, dos automóviles, ¡la mar!, como dicen los españoles. Cuando volvimos, hijita, la crisis. Las tierras que había comprado no valían nada. Llovieron los vencimientos, los pagarés, las letras. ¡Qué apuros!

Siempre que hablaba á solas con Torrebianca, éste hacía desviar la conversación hacia el asunto principal de sus preocupaciones: el mucho dinero que se necesita para sostener un buen rango social. no sabes lo que cuesta una mujer: los vestidos, las joyas; además, el invierno en la Costa Azul, el verano en las playas célebres, el otoño en los balnearios de moda...