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La mañana estaba fresca y deliciosa cuando atravesábamos, al dia siguiente, las alegres y ondulosas campiñas del canton de Woerth, donde veíamos alternar los pequeños bosques y viñedos de las colinas con los cereales de las planicies, sucediéndose en suaves planos inclinados.

Al poco tiempo atravesábamos el puente, y mi mujer y yo nos mirábamos sin hablar, como si hubiésemos dado cima á una grande empresa, tan grande, que no nos dejaba ni aún aliento para abrir la boca. El grupo de la Vírgen y del niño Jesus, es una de las cosas que nos han dejado una emocion más agradable y más duradera.

Recorríamos la Siberia, la España, el Sahara, Alaska, Groenlandia, Siria, Siracusa, Macedonia, Tierra del Fuego, Holanda, Antioquía... Y mares, bosques, hielos, estepas, montañas, desiertos, pampas... También atravesábamos tierras sumergidas, Lemuria, Atlántida, Sudlandia, Cracatoa... Y asimismo ciudades subterráneas, en Nicomedia, en Babilonia, Pompeya, Herculano.

Abrióme la puerta un criado conocido, a quien rogué me llevase a presencia de mi antigua ama la Sra. Condesa. Mientras atravesábamos el patio, buscaba afanosamente algún objeto que me indicase la proximidad de Inés. Como olfatea el perro el rastro de su amo, así aspiraba yo las emanaciones de la casa buscando el aire que había sido aliento de aquella naturaleza querida.

Este no se la dejó repetir, porque, listo y alerta como era, se debió dar cuenta en un segundo de la situación por que atravesábamos, y puso los caballos en movimiento. Mi tío dejó hacer, y se hundió en un profundo silencio, pero al llegar a la barranca de la Recoleta, donde nos detuvimos exclamó suspirando ¡dichosos los que han muerto!

Se las traduje á mi mujer, que las creyó del caso, las cierro, pongo el sobre respectivo, y á los pocos minutos atravesábamos la calle de Buenavista, con el fin de echarlas al correo. Llegamos á la Plaza de la Bolsa, y las echamos en una estafeta que hay allí.

La noche de tal día fué y nos pareció todo lo moderna y amadrileñada que podía serlo á las orillas del Tormes. ¡No se podían pedir más placeres de última moda á una ciudad tan grave y señoril como Salamanca! Serían las siete de la siguiente mañana cuando atravesábamos la Plaza Mayor.