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¡Ah! ¿Conque no quieres? ¿Conque te niegas a darme ese gusto? Entonces, grandísimo gorrino, embustero, ¿por qué no hablas claro? Es decir que yo te estoy aguantando, viejo sucio, te estoy siendo fiel como si fueses el chico más guapo de Madrid, y cuando se trata de complacerme en una cosa insignificante te llamas andana. ¡Ay, que tío!

Ya ves, si la mitad de lo que me dices es verdad, tu madre y estos Robinson te están convirtiendo no sólo en una cobarde, sino en una ingrata mujer. ¡Vaya que respetabilidad! Mira, mi familia data de algunos siglos antes que los Galba, pero si mi familia me hubiese tratado alguna vez de esta manera y me hubiese pedido luego que volviera la espalda a mi mejor amiga, me llamaría andana.

Óigame lo bueno: El año pasado, estando en Alcoy, los carcas me jonjabaron. Me corrí a la partida de Callosa de Ensarriá y tiré montón de tiros a la Guardia Cevil. ¡Qué yeción! Salta por aquí, salta por allá. Pero pronto me llamé andana porque me habían hecho contrata de medio duro diario, y los rumbeles solutamente no paicían.

El exceso de sacerdotes era tal que las prebendas eclesiásticas más disputadas y con más artimañas que los empleos políticos en nuestros días se vendían para cuando ocurriera la vacante y hasta en 2.ª, 3.ª o 4.ª andana.

Obdulia no entraba en caja: era forzoso asistirla de medicamentos y caldos, pues los suegros se llamaban Andana, y no era cosa de mandarla al Hospital. Tenía, pues, sobre la heroica mujer carga demasiado fuerte; pero la soportaba, y seguía con tantas cruces a cuestas por la empinada senda, ansiosa de llegar, si no a la cumbre, a donde pudiera.