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En 1881, a propósito de la traducción italiana de este libro, Sarmiento escribía: «No vaya el historiador en busca de la verdad gráfica a herir en las carnes del Facundo, que está vivo; ¡no lo toquéis!; así como así, con todos sus defectos, con todas sus imperfecciones, lo amaron sus contemporáneos, lo agasajaron todas las literaturas extranjeras, desveló a todos los que lo leían por la primera vez, y la Pampa Argentina es tan poética hoy en la tierra como las montañas de la Escocia diseñadas por Walter Scott, para solaz de las inteligencias . Y luego los ricos no despojen al pobre quitándole la venda de los ojos a los que lo traducen, cuarenta años justos después de haber servido de piedra para arrojarla ante el carro triunfal de un tirano, ¡y cosa rara!, el tirano cayó abrumado por la opinión del mundo civilizado, formada por ese libro extraño, sin pies ni cabeza, informe, verdadero fragmento de peñasco que se lanzaron a la cabeza los titanes...» . Exageraba el autor, sin duda alguna, en ese fragmento, la importancia «cívica» de su obra, atribuyendo a sólo ese libro lo que fué penoso esfuerzo de toda una generación; pero nadie podrá negar que tal fragmento define, con maravilloso acierto de autocrítica, la verdadera condición «literaria» del glorioso panfleto .

Durante las dos horas que la visita duró, la agasajaron con finura, demostrándole cierta alegría solícita, que contrastaba con la idea trágica de su imaginación. Se las había figurado siempre con una actitud melancólica y en sus caras tristes una palidez mortal.

Algunas familias de las visitadas, las que habían subido a Peleches a ofrecer de todo corazón sus respetos a los señores, los agasajaron en la visita con vinos dulces, bizcochetas y rosquillas, como era costumbre allí; y si no la siguieron las Escribanas y otras gentes tales en idéntica ocasión, fue porque no se les había hecho a ellas el mismo agasajo en Peleches.

Hízosele muy cortés recibimiento, y los que no pudieron agasajarle a él agasajaron a la Chula y al Turco, que iban apoyando la cabeza en todas las rodillas, lamiendo aquí un plato y zampándose un bizcocho allá.

A pesar de las buenas disposiciones del Régulo de Butuam, Legazpi hizo rumbo para Cebú, donde quizá pensara vengar el asesinato de los españoles que acompañaban á Magallanes, pero vientos contrarios lo arrojaron á la costa de Dapitán, cuyos habitantes, boholonos en su mayor parte, agasajaron á los españoles con abundancia de provisiones y los proveyeron de prácticos que les guiasen á las islas inmediatas.