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Del holandés os diré que es tardo y pesado, y que no desenvaina la espada por los bellos ojos de una doncella ni por un quítame allá esas pajas; pero con justa causa y buenos capitanes, sabe defender su país, más mojado que charca de ranas; y sobre todo, no toquéis sus fardos de lana, sus terciopelos de la antigua Brujas y demás mercaderías, porque entonces se enfurece y hay que matarlo para hacerlo entrar en razón. ¡, reíos!

O, ¿qué compañía la luz con las tinieblas? O, ¿qué concordia Cristo con Belial?... ¿Qué parte tiene el fiel con el infiel?... Por tanto, salid de en medio de ellos y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo que es inmundo».

24 Habla a la congregación, diciendo: Apartaos de en derredor de la tienda de Coré, Datán, y Abiram. 26 Y él habló a la congregación, diciendo: Apartaos ahora de las tiendas de estos impíos hombres, y no toquéis ninguna cosa suya, para que no perezcáis por ventura en todos sus pecados.

Disputad con él sobre todo; pero no le toqueis su país y su Dios. ¡De cuántos lances he sido testigo, y cuántas cabezas se han roto, y cuántos hombres han ido al Campo Santo por una imprudencia de este género! Llegamos á casa y dije á mi mujer: Mañana es lunes; mañana principia la semana que aplazaste para la visita del monumento que tanto anhelo visitar. ¿Cuándo lo visitamos?

Como si el agotamiento que causaba el hambre no hubiera bastado a colmar la medida de tanta miseria, aquellos desgraciados no abrían la boca sino para acusarse y amenazarse mutuamente. ¡No me toquéis! gritaba Hexe-Baizel con voz desgarradora a los que la miraban ; ¡no me miréis, porque os muerdo!

Porque vosotros sois el templo del Dios Viviente, como Dios dijo: Habitaré y andaré en ellos; y seré el Dios de ellos, y ellos serán mi pueblo. 17 Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis cosa inmunda; y yo os recibiré, 18 y seré a vosotros Padre, y vosotros me seréis a hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso.

«¡Bendito Dios!... Si parecen caníbales... No nos toquéis... La culpa no tenéis vosotros, sino vuestras madres, que tal os consienten... Y si no me engaño, estos dos gandulones son tus hermanos, niña». Los dos aludidos, mostrando al sonreír sus dientes blancos como la leche y sus labios más rojos que cerezas entre el negro que los rodeaba, contestaron que con sus cabezas de salvaje.

Llevad, llevad ¡oh flores! amor a mis amores paz a mi país y a su fecunda tierra, a sus hombres, virtud a sus mujeres, salud a dulces seres que el paternal sagrado hogar encierra... Cuando toquéis la playa, el beso que os imprimo depositadlo en alas de la brisa, porque con ella vaya, y bese cuando adoro, amo y estimo.

En 1881, a propósito de la traducción italiana de este libro, Sarmiento escribía: «No vaya el historiador en busca de la verdad gráfica a herir en las carnes del Facundo, que está vivo; ¡no lo toquéis!; así como así, con todos sus defectos, con todas sus imperfecciones, lo amaron sus contemporáneos, lo agasajaron todas las literaturas extranjeras, desveló a todos los que lo leían por la primera vez, y la Pampa Argentina es tan poética hoy en la tierra como las montañas de la Escocia diseñadas por Walter Scott, para solaz de las inteligencias . Y luego los ricos no despojen al pobre quitándole la venda de los ojos a los que lo traducen, cuarenta años justos después de haber servido de piedra para arrojarla ante el carro triunfal de un tirano, ¡y cosa rara!, el tirano cayó abrumado por la opinión del mundo civilizado, formada por ese libro extraño, sin pies ni cabeza, informe, verdadero fragmento de peñasco que se lanzaron a la cabeza los titanes...» . Exageraba el autor, sin duda alguna, en ese fragmento, la importancia «cívica» de su obra, atribuyendo a sólo ese libro lo que fué penoso esfuerzo de toda una generación; pero nadie podrá negar que tal fragmento define, con maravilloso acierto de autocrítica, la verdadera condición «literaria» del glorioso panfleto .

No es ese chascarrillo el que debías contar a tu hijo, Manuel dijo la tía María , sino ponerle por ejemplo lo que acaeció a aquel rico miserable que no quiso socorrer a un pobre desfallecido, ni con un pedazo de pan, ni con un trago de agua. «Permita Dios le dijo el pobre que todo cuanto toquéis, se convierta en ese oro y esa plata a que tanto apegado estáis.» Y así fue.