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Representábase entónces á los hombres como realmente son, unos insectos que unos á otros se devoran sobre un mezquino átomo de cieno; imágen verdadera que acallaba al parecer sus cuitas, retratándole la nada de su ser y de Babilonia misma. Lanzábase su ánimo en lo infinito, y desprendido de sus sentidos contemplaba el inmutable órden, del universo.

¡Y estos zagales, condenados al salvajismo desde su nacimiento, como las criaturas a las que se deforma para explotar su fealdad, ganaban treinta reales al mes, a más de una triste pitanza que no acallaba los estremecimientos de su estómago excitado por el aire de la montaña y las aguas puras de las fuentes! ¡Y sus jefes, los yegüeros y vaqueros, tenían dos reales y medio cuando más, sin fiesta alguna durante el año; todos los días lo mismo, viviendo aislados, con su mísera hembra que procreaba pequeños salvajes, dentro de un chozón, negro y ahumado, un verdadero ataúd sin más entrada que un agujero de madriguera, las paredes de pedruscos sueltos y una cubierta de hojas de corcho!...

El pobre niño tuvo que experimentar no sólo un trabajo excesivo, superior a su edad, sino una serie de castigos crueles, malévolos, refinados. Y D.ª Filomena, que era la dulzura personificada, que jamás había levantado la mano sobre su hijo, consentía impasible que aquel hombre lo azotase despiadadamente. Acallaba su conciencia diciéndose que era para su bien.

El deseo de llegar cuanto antes a este final apetecido era lo que le hacía audaz y acallaba sus temores de una probable ruina. Los que le habían conocido en otros tiempos asombrábanse por el cambio radical de su carácter. Su tío don Juan no hablaba ya con él. Un día dio por roto el parentesco, faltándole poco para que pegara a su sobrino.

Sin embargo, la autoridad de don Lope alcanzó el que Muley asistiese como prisión en la propia casa del alcalde, mientras él acallaba los unos y podía prestar favor a los otros.

Entusiasmóle por completo este pensamiento, que acallaba sus escrúpulos y satisfacía su vanidad, imaginándose ver ya en todos los periódicos de Europa pomposos elogios tributados a la piadosa munificencia de la excelentísima señora condesa de Albornoz.