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Rosita, Rosita, es tu amante quien te lo suplica, sálvate tú, al menos sálvate tú decía el gitano en un tono desgarrador. La joven permanecía inmóvil y arrodillada ante él. El ruido se hacía cada vez más próximo y distinto, y el herido intentó arrastrarse detrás de una espesa mata de madreselva, que podía ocultarle a todos los ojos. Después de sufrimientos inauditos, lo consiguió.
Y los que paššavan, le dezian injurias meneando šus cabeças, Y diziendo, tu, elque derribas el Templo [de Dios], y en tres dias [lo] reedificas, šalvate
Elvira se interpuso, dispuesta a recibir las heridas y salvar a su padre. Plácido dejó caer al suelo el venablo. La humillación le hizo verter amargas lágrimas. El feroz D. Fruela, lejos de apiadarse, le azuzó los perros para que le devoraran, y ordenó a los monteros que disparasen contra él sus agudas flechas. ¡Sálvate, Plácido, sálvate! dijo entonces Elvira.
37 Y diciendo: Si tú eres el Rey de los Judíos, sálvate a ti mismo. 38 Y había también sobre él un título escrito con letras griegas, y romanas, y hebraicas: ESTE ES EL REY DE LOS JUDIOS. 39 Y uno de los malhechores que estaban colgados, le injuriaba, diciendo: Si tú eres el Cristo, sálvate a ti mismo y a nosotros.
27 Y colgaron de maderos con él dos ladrones, uno a su mano derecha, y el otro a su mano izquierda. 28 Y se cumplió la Escritura, que dice: Y con los inicuos fue contado. 29 Y los que pasaban le denostaban, meneando sus cabezas, y diciendo: ¡Ah! 30 sálvate a ti mismo, y desciende del madero. 32 El Cristo, Rey de Israel, descienda ahora del madero, para que veamos y creamos.
Es mi padre sin duda: ¡si te hallára! ¡oh, tú no sabes su altivez cuán fiera! ¡de la espesura próxima te ampara! ¡ten compasion de mí, que me matára si una sombra de duda concibiera! ¿Y no he de verte? Sí. ¿Cuándo? En la hora del silencio y del sueño: ¡huye, bien mio! ¿Y dónde te he de hallar? En la Almanzora: yo en la reja estaré: ¡sálvate ahora! ¡líbrame del terror que siento impío!
Son tres contra uno. ¡Sálvate! Me precipité hacia Ruperto, empuñando la maza, y le vi inclinarse sobre su caballo. ¿Te han despachado también a ti, Crastein? gritó. No obtuvo respuesta. Di un salto y así las riendas del caballo. ¡Por fin! exclamé. Creía tenerlo seguro. Mis amigos le rodeaban y no parecía quedarle otro recurso que rendirse o morir. ¡Por fin! repetí.
El catedrático oyó el grito, les vió y adivinó de qué se trataba. ¡Oy, tu! espíritu sastre, le interpeló; yo no te pregunto á tí, pero ya que te precias de salvar á los demás, á ver, sálvate á tí mismo, salva te ipsum, y resuélveme la dificultad. Juanito se sentó muy contento y en prueba de agradecimiento sacóle la lengua á su apuntador.
Palabra del Dia
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