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Actualizado: 10 de octubre de 2025


Sólo el vocerío de una bandada de papagayos rompía el silencio que reinaba en las orillas del río. El ruido de la batalla que habían oído la noche anterior nuestros náufragos, había cesado por completo. Al parecer, los piratas y sus enemigos se habían alejado definitivamente de aquellos lugares.

Sonaban los pitos; el vocerío era grande en torno de los ojos inflamados de los coches, y el público esperaba impacientemente el momento de emprender el viaje, entonando canciones a coro, en las cuales, sobre las voces aguardentosas, destacábanse otras jóvenes, claras, argentinas.

No te diré que tenga miedo, propiamente miedo, a ese vocerío que no calla día ni noche; pero es la verdad que a estas horas quisiera verme algo más acompañado de lo que me veo en la soledad en que me hallo.

Era la Noche Buena de 1872, y en toda la casa, de alto a bajo, sonaba alegre vocerío.

Vi uno negro, espantoso, que, mirándonos con horrible fijeza, bajó la cabeza con intención hostil y dio algunos pasos... El terror me arrebató de tal modo, que sin saber lo que hacía cogí la fusta y pegué un feroz latigazo a los caballos. El coche partió como un rayo, rompió la línea de curiosos y se lanzó por el campo, en medio del vocerío de la gente.

Moro aplaudía, alababa el instrumento sin hacer alarde de su superioridad. Y proseguía con marcha oblicua y trabajosa, no hacia la confitería de D.ª Romana, que era el término glorioso de sus expediciones matinales, sino hacia casa de Paco Gómez. Resonaba ésta ya con los pasos agitados y el vocerío de una muchedumbre de jóvenes diligentes.

Un vocerío en la calle, un clamor áspero y bronco, que hizo retemblar las vidrieras, desgarró su visión. ¿Qué es esto? exclamaron algunos. Ramiro, que se hallaba próximo a una de las ventanas, se puso en pie, abrió las maderas y miró. Un grupo de villanos avanzaba hacia el solar cruzando la plazuela.

En aquel instante levantaban frente a nosotros a cincuenta pasos de la acera, un árbol de fuego, la pieza principal, que era saludada por los granujas con jubiloso vocerío. Los discípulos de Bemoles volvían a la carga con festiva polca, «Arlequín», muy en boga a la caída del Imperio y popularizada por los famosos músicos de la Legión austríaca. Deseaba yo hablar con usted, Rodolfo.

Veía rojo, cual si sus ojos estuviesen inyectados de sangre. Escuchaba, como algo lejano que venía de otro mundo, el vocerío de la muchedumbre aconsejándole serenidad.

De pronto, como el peregrino sediento que escucha un vocerío de caravana más allá del horizonte, el morisco inclinó todo su cuerpo, hacia el costado, y llevándose la mano al oído, aguzó su atención. Ramiro creyó distinguir entonces una voz como lejana, un canto sigiloso y triste. Era, sin duda, la voz del almuédano, la convocación exterior del idzan, en algún terrado vecino.

Palabra del Dia

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