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Actualizado: 25 de noviembre de 2025
Gabriel, que conocía su hermosura interior, pensaba en las viviendas engañosas de los pueblos orientales, sórdidas y miserables por fuera, cubiertas de alabastros y filigranas por dentro. No en balde habían vivido en Toledo, durante siglos, judíos y moros.
Pero antes de cerrar las ventanas de sus viviendas pudieron ver cómo corría por los tejados un hombre envuelto en velos, cómo el gigante lo tomaba con una de sus manos, introduciéndolo en un bolsillo de su traje, y cómo emprendía una marcha veloz, guiado por este varón desconocido, hacia la Galería de la Industria, sin esperar á que sonasen otra vez las trompetas y se reuniera el escuadrón que le había escoltado en su paseo.
Podía un hombre caminar horas enteras sin salir de la propiedad de un solo dueño. Aquellos campos no eran para hombres: eran extensiones que sólo podían cultivar gigantes como los que aparecían en los cuentos, labrándolas con bestias que tuviesen pies y alas. Y la soledad por todas partes: ni un pueblo, ni otras viviendas que el cortijo.
Así mismo, había una casa grande contigua a la iglesia, con muchas viviendas, oficinas y almacenes, a la que llamaban colegio, que servía de vivienda a los padres, de almacenar los frutos y efectos de sus manufacturas y de oficinas para todos los oficios que mantenían.
El carro de Zaratustra parecía más grande que las viviendas; se veía mejor que éstas, caído sobre la zaga, con las dos barras en alto unidas por la barriguera de la mula, destacándose sobre el cielo como una horca. Adivinó el joven la proximidad de la cabaña viendo correr hacia él una banda de perros. Eran los compañeros de Zaratustra.
»La brisa del mar y la poderosa vegetación de los dilatados bosques, así como la manera de construír las viviendas, contribuye notablemente á disminuír los efectos del calor intenso de los rayos solares.
Nada de esto sucedía ahora. El cielo comunicaba su alegría a la ciudad y la ciudad la comunicaba al corazón del que la recorría. Por las grandes ventanas enrejadas mis ojos exploraban sin obstáculo lo interior de las viviendas. En una cosían dos jóvenes vestidas de blanco, con rosas en el pelo. Al observar la mirada insistente que les eché, sonrieron burlonamente.
Así, ¿ya no queda ninguno en esas viviendas especiales? El consejo municipal del departamento del Sena ha hecho demoler las casas de que usted habla. Ya no hay guaridas para la caza, ni caza para las guaridas. ¡Bondad divina! ¡estamos en la edad de oro! Señor Domet, usted deshoja mis ilusiones una por una. ¡Qué manera de quitar poesía a la vida!
Las viviendas, escasas y esparcidas por la espesura, eran, las más, cabañas humildes, otras vetustos caserones de piedra oscura, con armas sobre la puerta algunos.
Los edificios en llamas evocaban el recuerdo de todos los muebles raros y costosos amontonados en sus dos viviendas y que eran como los blasones de su elevación social. Los ancianos fusilados, las madres de entrañas abiertas, los niños con las manos cortadas, todos los sadismos de una guerra de terror, despertaban la violencia de su carácter. ¡Y esto puede ocurrir impunemente en nuestra época!...
Palabra del Dia
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