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Actualizado: 22 de octubre de 2025
Sí, señoj: se llama el lago Nojdón. El Duque dejó caer sobre el ayudante por algunos segundos su mirada vidriosa. Peña concluyó por turbarse. Después siguió, paseándola con esfuerzo por los circunstantes: En mi galería de Bourges, tengo un paisaje de Backhuysen con un fondo muy semejante al de esas montañas. Solamente que en primer término, aparece un lago cercado de maleza.
Vamos, no vale hablarse al oído dijo doña Paula con la susceptibilidad vidriosa que caracteriza a las mujeres del pueblo. Déjelos usted, señora replicó Nieves. Están hablando de mí: no hay que quitarles el gusto. Cierto; Pablo me hacía notar el color rojo de ciertos labios, la transparencia de cierto cutis, un pelo dorado a fuego...
La cabeza de la muerta se deslizó y golpeó el suelo... ¡Roberto, hijo mío! gritó el anciano precipitándose hacia él. Este, con los ojos muy abiertos, paseaba en su derredor una mirada vidriosa; parecía no haber vuelto en sí todavía. De repente descubrió uno de los brazos de Olga que, en el momento en que el cuerpo resbalaba hacia un lado, se había atravesado sobre su pecho.
A mí me acusaba de adulador y de vil porque no protestaba. No le podía convencer de que una protesta que no sirve mas que para que a uno le castiguen nuevamente, es una necedad. El marsellés, que se llamaba, no sé si de nombre o de apodo, Tiboulen, era, por otro estilo, un hombre molesto. Lo que en Ugarte era dignidad vidriosa, en Tiboulen era patriotismo y odio a los ingleses.
Tiene la oreja empedernida y algo vidriosa; este viso cárdeno es mayor por detrás de la misma oreja, y se va extendiendo, aunque más apagado, por entre un cabello claro y flojo, como si aquella carne que se desorganiza no tuviese vigor para sujetar la cabellera. Mi mujer se cubrió los ojos, y exclamó aterrada: no quiero ver más, no puedo estar aquí, y salió precipitadamente de la galería.
En la de las Cardenalas no volvió á poner los pies; pero tal proceder no debía achacarse al amor de su querida, sino á su vidriosa susceptibilidad. Las palabras burlonas de Isabel eran una espina que tenía clavada en el corazón. El orgullo le hizo, pues, renunciar sin dificultad, no sólo á la mano, sino también al trato de la Mercedes. No volvió á acordarse de ella.
D.ª Carmen paseó una mirada extraviada, vidriosa, por todos ellos, y deteniéndola en Clementina le hizo seña otra vez de que se aproximase. Adiós, hija mía dijo sin mirarla, con los ojos fijos en el techo . Haces bien en alegrarte de mi muerte.... ¡Qué dice, mamá! exclamó aquélla con un grito de espanto.
Palabra del Dia
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