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Actualizado: 12 de julio de 2025
La pena que creo ver escondida en aquel bulto negro, la lágrima que me parece adivinar á través de aquellas vidrieras, me reconcilia con toda esta magnífica farsa. Vamos, me dijo mi mujer. Vamos, contesté yo, y nos dimos á bajar la escalera. La mujer que vende la leche, está tres puertas más abajo de nuestro hotel. Luego que nos vimos en la calle, miré hácia el balcon de nuestra incógnita.
¡Oh! ¡que entre! ¡que entre al momento! dijo doña Clara, apartándose de sobre la frente las pesadas bandas de sus negros cabellos; ¿por qué la habéis detenido? La dueña salió como un relámpago. Cuando doña Clara abrió las vidrieras y salió á la cámara, ya estaba en ella la duquesa de Gandía.
Una mujer, con un harapiento traje negro, descendió vivamente los peldaños, atravesó el vestíbulo, abrió la puerta de vidrieras y desapareció en el patio. Todo esto pasó en un minuto y, no obstante, la sombría aparición se llevó el buen humor de todas aquellas gentes, que se levantaron a su paso con el más profundo respeto.
Adiós, adiós, dormir bien dijo Ana, detrás de las vidrieras; y cerró las contraventanas de golpe y corrió el pestillo. Como la romería de San Pedro hubo muchas durante el mes de julio por los alrededores del Vivero. A casi todas asistieron los Marqueses y sus amigos.
Frente a los cerros que ocupaba la columna del ejército liberal aparecía, en una hondonada, el pueblecillo de Santa Cruz de Urquilezo, cerradas todas las puertas y ventanas de su miserable caserío de fachadas blancas, en cuyas vidrieras reverberaba la luz del alba, fingiendo llamaradas de incendio.
Metedle en la silla de manos. Meteréme yo, que aún no estoy impedido; que si yo rey no respetara... ¿Qué decís?... Digo que nada digo, y concluyan y vamos y demos todos gusto al rey, que no hay para qué menos. Y Quevedo se entró en la silla de manos. Inmediatamente cerraron la portezuela, y como no tenía celosías ni vidrieras, Quevedo se quedó á obscuras.
Cuando la luz de la mañana comenzaba luego a esparcir un color avinado, las figuras de las vidrieras místicas eran vagos fantasmas diseñándose apenas y por querer tomar colores en la sombra. Ella se recogía, embargada por la emoción religiosa, y quedaba por largo rato apoyada la frente sobre las manos juntas.
Palabra del Dia
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