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Actualizado: 28 de junio de 2025


Me era necesario el verlo para acordarme de que se combatía a tan corta distancia de nosotros.

Después de recibir semejante respuesta, no es de extrañar que el señor Macey hiciera notar más tarde, en la velada del Arco Iris, que Marner tenía la cabeza perdida, y que no sabía probablemente cuándo era domingo, lo que demostraba que era más pagano que muchos perros. Además del señor Macey, otra persona que consolaba a Silas fue a verlo con el corazón lleno de los mismos pensamientos.

No pensó que fuese grande la indiscreción que cometía; lo que había visto la tía, podía muy bien verlo el marido. La llave pareció ponerse espontáneamente entre sus dedos como si una adversa y misteriosa influencia mandase á su voluntad. Abrió la caja y al levantar la tapa vió desde luego las cartas acusadoras. Las tomó, sin sospechar nada malo.

Sin embargo, la tuvo, y cuando trató de coger la pluma para hacerlo, antes de trazar el primer renglón, volvió a dejarla al representarse la sorpresa que la joven recibiría. Pasaron algunos días. La idea no le abandonaba. Por medio de mil sutiles razonamientos procuraba persuadirse a escribir la epístola amorosa. Si se reía de él, ¿qué? no había de verlo.

Al verlo y al oirlo, la sangre se cuaja en el cuerpo, y los pelos se ponen de punta; arma usté los remos, isa una miaja de trapo pa ver de correr por delante; y, ¡tiña!, antes que se la primer estropá, ya está aquello encima. ¿Á qué llama usté aquello?

Abajo podían verlo todo igualmente, pero ellos se consideraban simples espectadores, y habían querido ocupar un lugar de preferencia, un palco, en vez de permanecer mezclados con los artistas.

Llegó un día, sin embargo, en que todos pudieron cerciorarse y verlo claramente. Se hallaban reunidos, como de costumbre, en uno de los cuartos de la tienda. Se había bebido y charlado en demasía.

Para él lo interesante era saber que el gentleman no iba á morir. Hasta pensó que ofrecería un aspecto más gracioso vestido con arreglo á las indicaciones del tribuno. Siempre le había causado un malestar indefinible verlo con pantalones, lo mismo que una mujer, contra todas las conveniencias establecidas por las costumbres y la gloriosa historia del país.

Marchaba con cierto desaliento, como el que se ve obligado á seguir adelante contra sus fuerzas. Vió su rostro sin verlo. Era triste, profundamente triste, con la melancolía del caído que tiene conciencia de su abyección y la considera sin remedio, por ser obra de un fatalismo irresistible, por estar sus causas más allá del radio de la voluntad.

Al verlo Flimnap en el estrado de los señores del gobierno, se apresuró á darle la noticia de que el gigante era también poeta, aunque «á su modo», con toda la grosería y la torpeza propias de su sexo, pero añadiendo que, á pesar de tales defectos, propios de su origen, parecía poseer cierto talento.

Palabra del Dia

rigoleto

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