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Actualizado: 30 de abril de 2025
Y, diciendo esto, asió del bastón que tenía hincado en el suelo, y, quedándose la mitad dél en la tierra, mostró que servía de vaina a un mediano estoque que en él se ocultaba; y, puesta la que se podía llamar empuñadura en el suelo, con ligero desenfado y determinado propósito se arrojó sobre él, y en un punto mostró la punta sangrienta a las espaldas, con la mitad del acerada cuchilla, quedando el triste bañado en su sangre y tendido en el suelo, de sus mismas armas traspasado.
Miquis había hecho del buen litógrafo infinitas definiciones. Era, según nuestro amigo, un tonel con marca de alcohol y lleno de agua; un oso torcaz; una hidra sin hiel; un alfiler guardado en la vaina de un sable; un cardo con cáliz de azucena; un gorrión vestido de camello, y un epigrama escrito en octavas reales.
En los labios del viejo Sarto apareció irónica sonrisa. ¡Dios los proteja a los dos! le oí murmurar. ¡Animo, joven! y su mano estrechó disimuladamente la mía. Volví al andén seguido de cerca por Federico de Tarlein y el coronel Sarto, y lo primero que hice fue cerciorarme de que tenía el revólver a mano y de que mi espada salía fácilmente de la vaina.
Déjalo todo; monta esta hoja en esta empuñadura, y esta contera en una vaina blanca, rica... anda, hijo, anda; dentro de una hora ha de estar corriente: entretanto, señor, mis nietas coserán los herretes, la toca y las perlas y las chapas del talabarte... Y entretanto yo... me daréis de almorzar... me lavaré después... Sí; sí, señor; entrad... y ya veréis... ya veréis.
Sin embargo, no se tardaba en advertir que un alma recia como un estoque se ocultaba por debajo del bordado terciopelo de aquella vaina de ceremonia, y que su honra era siempre tan puntillosa como pudo serlo en el corazón o la mejilla de los que descansaban en San Pedro, con su par de espuelas en el calcáneo.
Parecía la imagen de la Historia levantándose de su sepulcro a pedir cuentas a la generación contemporánea. Sí, señora: se la di al sargento añadió el mozo, sacando de la vaina un sable nuevo, reluciente y de agudísimo filo . ¡Si aquello no servía más que de estorbo!
En esto, se llegó a él un soldado bizarro, sobrino del Alcalde, y sin más ni más alzó la mano, y le dió un bofetón, tal, que le hizo volver de su embelesamiento y le hizo acordar que no era Andrés Caballero, sino don Juan y caballero; y arremetiendo al soldado con mucha presteza y más cólera, le arrancó su misma espada de la vaina, y se la envainó en el cuerpo, dando con él muerto en tierra.
No, era más noble sacar de una vaina un puñal y herir, que herir con aquellas letras de veneno escondidas bajo un sobre perfumado».
Este pico, con cinco dientes del más precioso esmalte, está sostenido por una armazón delicada, aunque muy sólida, formada de cuarenta piezas, las cuales se deslizan por una especie de vaina, salen, penetran; en fin, su mecanismo es perfecto. Por medio de esa elasticidad evitan los choques violentos; más aún, repáranse si sobreviene algún accidente.
Marcenes quiso obedecer la orden de su jefe, pero no le fué posible; el martillo cayó sobre el pistón sin hacer estallar el fulminante. Entonces, con decisión marcial, arrojó el arma que no le servía de nada, sacó el sable de la vaina de cuero e hizo esfuerzos supremos por alcanzar al alcalde, que con valor temerario se le había adelantado lo menos veinte pasos en la persecución del ladrón.
Palabra del Dia
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