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Actualizado: 30 de abril de 2025


Siéntese me dijo la anciana señorita, tomando un lugar en el canapé; siéntese, primo, pues aunque en realidad no seamos parientes, ni podamos serlo, pues que Juana de Porhoet y Hugo de Champcey cometieron, sea dicho entre nosotros, la tontería de no tener un vástago, me será agradable, si me lo permite usted, tratarle de primo, en la conversación particular, á fin de engañar por un instante el sentimiento doloroso de mi soledad en este mundo.

La señorita de Porhoet-Gaél, que ha visto pasar este año la octogésima octava primavera de su existencia y que tiene la apariencia de una caña conservada en seda, es el último vástago de una muy noble raza, cuyos abuelos se creen hallar entre los reyes fabulosos de la vieja Armórica.

Cuán lejos están los tenderos franceses y españoles de hoy de tener la alcurnia y los méritos sociales de aquella juventud dorada, hija de la tierra, último vástago del aristocrático comercio al menudeo de la colonia.

Pero los Febrer eran los suyos; el nombre y los bienes ya perdidos a ellos los debía. ¡Y él, último vástago de una familia orgullosa de su historia, iba a casarse con Catalina Valls, descendiente del ajusticiado!... Las consejas oídas en la niñez, los simples relatos con que le entretenía madó Antonia, surgían ahora en su recuerdo como ideas olvidadas, pero que habían abierto hondo surco.

Pero este vástago perdía de pronto su rigidez, tomando la forma de una sanguijuela que se estiraba sin llegar con su boca al Océano. Un espacio de color violeta quedaba entre la superficie atlántica y el extremo de la manga; y sin embargo, no por esto dejaba de verificarse la colosal succión.

Después, en ninguna de las cartas que se cruzaban periódicamente entre los dos hermanos, volvió á nombrarse al tal vástago, ni en las potsdatas que solía poner á las cartas de Jerónimo, Pedro, que entonces era simplemente beneficiado.

Por entre estos residuos de pasada grandeza andaba el último vástago de los Ulloas, con las manos en los bolsillos, silbando distraídamente como quien no sabe qué hacer del tiempo. La presencia de Julián le dio la solución del problema.

Fernando sentía miedo. Los padres de ella proyectarían casarla con el vástago de alguna familia millonaria; tal vez con un señorito de escasa fortuna, que pudiera ofrecerla viejos títulos de nobleza.

Desde la tapia de la huerta oíase el rumor blando del volteo del disco, como el que hacen las cometas, y sentíase el crujir del mecanismo que transmite la energía del viento al vástago de la bomba... Otros días le veía quieto, amodorrado en brazos del aire. Sin saber por qué, deteníase el joven; pero luego seguía andando despacio.

Un subcoro de «no, no», por parte de las muchachas, y un «venga el santo y seña» por la del teniente de navío, Coxe, de la corbeta de guerra de los Estados Unidos, El Terror, sirvieron de contestación. «Llamad y se os abrirá». Y cuando descubrí lo errado de mi camino y la preciosidad de la gracia continuó el señor Tomás, vine a darla a mi querido vástago. Busqué por mar y por tierra sin desmayar.

Palabra del Dia

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