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Actualizado: 3 de julio de 2025


Entonces, continuando su trabajo de jardinero, decía mentalmente una corta plegaria por la salvación de aquellos de sus muertos que más lo inquietaban, y que podían estar detenidos en el purgatorio. Poseía una fe cándida y tranquila. Pero entre aquellas tumbas existía una que con más frecuencia que las otras recibía sus visitas y sus oraciones.

Allí en la torre que vistió la yedra Su luz derrama la naciente luna, Y el buho errante de una en otra piedra Con su queja las ruinas importuna. Aquí á la sombra de olmos y de abetos En tumbas que la grama festonea, Duermen en tierra, ya por siempre quietos, Los rústicos abuelos de la aldea.

Restos de tejidos, moluscos marinos encontrados en las tumbas, adornos de fragmentos de éstos que cubrían el cuerpo de un hombre, maiz, objetos de hierro del tiempo de la conquista, hallados entre las murallas y en las tumbas indígenas mas modernas, etc. Esp.

Miró en torno, como si esperase que se abrieran las tumbas, irguiéndose airados los cadáveres por tal profanación. Maltrana sonreía. ¡Tonta! ¿a qué tal miedo? Aquel sitio era lo mismo que otro; mejor aún, por su poesía silenciosa de jardín abandonado, propicio al amor. Ellos no hacían mas que repetir el eterno himno de la vida.

Ora en las ruinas de la antigua Roma Do se asienta la inercia y liviandad, Evocando la sombra de los Gracos En las tumbas te vieron meditar: Que impelida del soplo democrático Midió el mundo con paso colosal, Pero cayó sin fuerzas cuando airada Su escudo le quitó la libertad, Que deserta las glorias de los pueblos Si la virtud su apoyo no le .

Y las tumbas sonríen en esta Naturaleza esplendorosa, difundiendo, al entreabrirse bajo la acción del calor, un ligero vaho de sebo, un tufillo de estearina líquida. Busca el coronel entre ellas, leyendo los nombres. Aquí, marqués. Señala una losa con una simple inscripción: «Mary LewisLo mismo que un pájaro, Alteza. Un amanecer la encontraron muertecita en su cama del hospital.

No hay en Inglaterra objeto tan respetable como las tumbas; un cementerio es allí positivamente el templo de la muerte, que goza de absoluta inviolabilidad.

Tras dellos viene una silla de manos, bordada de trofeos, para las visitas de la Fortuna; los silleros son Pitágoras, Diógenes, Aristóteles, Platón, y otros filósofos para remudar, con camisolas y calzones de tela de nácar, herrados los rostros con eses y clavos . Aquellos que vienen agora de tres en tres, sobre tumbas enlutadas, a la jineta y a la brida, son médicos de la cámara y de la familia, boticarios y barberos de la Fortuna.

La vanidad de los vivos y no el dolor de los deudos es quien ese día adorna las tumbas con flores, cintas y coronas emblemáticas. ¿Qué se diría de nosotros? dicen los cariñosos parientes . Es preciso que los demás vean que gastamos lujo . Y encontré vanidad hasta en la muerte, dice el más sabio de los libros. Las losas sepulcrales son objeto de escarnio y difamación en esa romería.

Las puertas se abrían sin ruido y veíanse luces amarillas y nichos que se descubrían por solos y tumbas que se destapaban, y allá en el fondo una mesa, sobre la mesa una bandeja y sobre la bandeja monedas apiladas; un juego de dados muy cerca, y de pie, al lado de ella, una figura enmascarada, que bien podía ser Mercurio, a juzgar por el pie alado, que trataba de disimular bajo la vestidura que le servía de disfraz.

Palabra del Dia

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