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Actualizado: 18 de junio de 2025


Un perro que salió furioso á ladrarle no logró aminorar su escape y se retiró pronto mohino jurando que jamás en su vida había visto correr de aquel modo á un caballo con dos jinetes. Lejos ya tropezaron una carreta tirada por dos bueyes.

Separó los ojos de la mancha morada y los movió siniestramente en todas direcciones. Parecía buscar la víctima. Dejó vagar sus manos crispadas sobre la cama, apretando con fuerza la ropa. Quizá buscaba el arma. Pero ni la víctima ni el arma se mostraron. En vez de ellas, tropezaron sus ojos al pasar por la ventana con los almenados riscos de la Peña Mayor, que flotaba á lo lejos en el éter azul.

Hasta nos reímos muchas veces de sus manías, y no dejamos por eso de estimarla, ni nos creemos superiores a ella... Al llegar aquí sus ojos tropezaron con los de su capellán, que había cesado de reír y le clavaba una mirada fría y aguda como un puñal de Albacete. La pobre señora quedó acortada y sólo tuvo ánimos para concluir con voz más baja: ...Al menos, eso me pasa a ...

Cuando estuvo un poco mareado sacó la carta del cajón, lanzóse a la calle con brío, y en el primer buzón con que tropezaron sus ojos, ¡zas! la encajó. ¡Dios mío, qué he hecho! Disipóse la borrachera.

Avanzó, cogiéndose con ambas manos a la barandilla, y llegó hasta su cuarto. El huracán, penetrando por la ventana abierta, se había enseñoreado de él; los papeles volaban, los muebles a que se iba agarrando estaban mojados. Sus manos tropezaron con el sillón del escritorio, y se sentó sin intentar siquiera buscar los fósforos ni cerrar la ventana.

Si hubiera tenido alas, me hubiera lanzado al infinito luminoso sin acordarme de ella, aunque esto parezca una contradicción inverosímil. Esta especie de enajenación desapareció cuando la voz de Pepita a mi espalda: ¡Considera, alma cristiana, en esta primera estación...! Volvía la cabeza riendo, y mis ojos tropezaron con los de Gloria, que los apartó al instante.

Le vió aparecer en forma de nube, agrandóse como si fuese á desplomarse sobre la batería. Sin saber cómo, se encontró en el fondo del «abrigo», y sus manos tropezaron con el frío contacto de un montón de cilindros de acero alineados como botellas. Eran proyectiles. «Si la «marmita» alemana pensó estallase sobre esta madriguera... ¡qué espantosa voladura!...»

Sus ojos tropezaron con el áncora de un quechemarín que yacía allá abajo, en el primer muelle. Bajó por ella, cortó con la navaja un pedazo de maroma de una lancha, se la amarró, la alzó con sus brazos de atleta y subió la escalera como un gimnasta que quisiera dar muestra ante el público del enorme poder de sus músculos. Una vez arriba, se ató la cuerda al cuello.

El P. Gil ni creyó bueno el despertarle para despedirse, ni se atrevió a marcharse sin hacerlo. En esta incertidumbre, se puso a hojear algunos libros que andaban esparcidos sobre la mesa. Tropezaron sus ojos con uno de geografía, y leyó distraídamente algunos párrafos. Al cabo la lectura logró interesarle.

En su lugar tropezaron mis ojos con un anciano, vestido de negro, que llevaba colgada al cuello una medalla de plata; a su lado marchaba un hombre con una campanilla en la mano y un cajoncito verde en el cual la mayoría de los transeúntes iban depositando algunas monedas.

Palabra del Dia

rigoleto

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