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Los dolores de este mundo nos hacen creer que éste es un pasaje de tránsito y prueba, que después de esta vida, triste y amarga, hay otra eterna donde nuestra alma inmortal gozará al fin la felicidad más pura. Usted, que ha padecido más que los otros, gozará de mayor premio.

Y yo, Alcaparrón amigo, cuando siento ganas de llorar recordando la nada de aquél montón de tierra, la triste insignificancia de las florecillas que lo rodean, pienso en que no está allí mamá completamente, que algo se ha escapado, que circula al través de la vida, que me tropieza atraído por una simpatía misteriosa, y me acompaña envolviéndome en una caricia tan suave como un beso... «Mentira», me grita una voz en el pensamiento.

También fué una triste transformación la que experimentó su hermosa y espléndida cabellera que, ó había sido cortada, ó estaba tan completamente oculta bajo su gorra, que ni siquiera se alcanzaba á ver uno solo de sus rizos.

Destrúyese así la buena opinión necesaria a todo el que manda para ser respetado; la fe humana precisa a todo el que enseña para ser creído, y sólo una cosa existe, a nuestro juicio, que sea tan perjudicial a la educación como lo es esta misma: la pugna que a veces descubre el niño entre la moral de sus padres y la moral de sus maestros... Imposible es describir las angustiosas perplejidades, las dolorosas dudas que, con harta triste frecuencia, despiertan estas contradicciones en las almas de los niños: vese en ellas la lucha del entendimiento con el corazón, demostrándole aquel que es sana la doctrina del maestro, esforzándose este por persuadirle que no puede ser mala la práctica contraria del padre o de la madre que tanto aman, que no puede ser cierto lo que, por el solo hecho de serlo, ha de dar irremisiblemente a aquellos seres tan amados la patente de perversos... ¡Ah!

¡Oh, esas campanas de los pueblos, modestas como los viejos campanarios que las sustentan, de sonido ligero y límpido como la atmósfera de los bosques en que vibra, cristalino y cantante como los riachuelos encima de los cuales se para un momento, inmenso es el encanto que desparraman por los solitarios campos... meciendo con pacíficos ensueños el espíritu de quienes lo escuchan!... Sea joven o viejo, esté triste o alegre, aquel hasta cuyos oídos llega el dulcísimo son se siente conmovido en lo más hondo y le parece elevarse por encima de las miserias terrenales... Despiertan en el corazón no se sabe qué de un gran frescor matinal y cándido: es el acompañamiento amistoso de nuestros ensueños, de nuestros deseos, de nuestras añoranzas... intensificándolas todavía.

Por lo que debemos hacer lo que nos manda la conciencia, y dejar que se peleen aquellos por un hueso, como los perros; los otros por un juguete, como los niños, o estos por mangonear, como los mayores, y no reñir con nadie, y tomar lo que Dios nos ponga delante, como los pájaros... Vámonos hacia el Hospital, y no te pongas triste.

Madre, ¿cómo está el tío Pedro? preguntó el primero. Mal, hijo, mal. Se me parte el corazón de verle tan malo, tan triste y tan solo. Le dije que se viniese al convento; pero ¡qué!, más fácil era traerse al fuerte de San Cristóbal que no a ese cabezudo. Ni un cañón de a veinticuatro lo menea.

¿Y de qué sirve ¡ay, patria! triste, desventurada, que sea límpido y puro tu cielo de zafir, que tu luna se ostente con luz más argentada, de que sirve, si en tanto lloras esclavizada, si cuatro siglos hace que llevas de sufrir?

Yo no vi el triste desfile de los ocho mil soldados de Dupont cuando entregaron sus armas ante el general Castaños, porque esto tuvo lugar en Andújar.

Dice así en la epístola de Belardo á Amarilis: «Feliciana, el dolor me muestra impreso De su difunta madre en lengua y ojos; De un parto murió; ¡triste suceso! Porque tan gran virtud á sus despojos Mis lágrimas obliga y mi memoria, Que no curan los tiempos mis enojos. De sus costumbres santas hice historia Para mirarme en ellas cada día, Envidia de su muerte y de su gloria.