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Actualizado: 7 de mayo de 2025
No sé si es historia; pero entre un español y un francés, hay algo que riñe. Almorzamos en la calle Vivienne á las doce dadas, y dirigimos nuestras visitas á diferentes travesías de los bulevares. Apenas se encuentra establecimiento comercial de alguna importancia, en donde no aparezca, en puerta ó balcon, algun privilegio manifestado en pequeña ó grande medalla imperial.
En una de las travesías del boulevard de Beaumarchais, se ve un gran rótulo, donde se promete un menjuge para hacer salir el pelo á todo el mundo, con el bien entendido de que no se recibe paga alguna, hasta despues de haber obtenido el resultado. El objeto es que acuda gente; lo demás queda reservado á otro menjuge que sólo ellos conocen.
Ultimamente, al sudeste y rodeados de extensas travesías, están los Llanos, país quebrado y montañoso, en despecho de su nombre, oasis de vegetación pastosa que alimentó en otro tiempo millares de rebaños. El aspecto del país es, por lo general, desolado; el clima, abrasador; la tierra, seca y sin aguas corrientes.
Había pasado muchas tardes en el archivo de la casa, la pieza inmediata al comedor, registrando legajos apilados en armarios con puertas de alambre, a la luz suave que se filtraba por las persianas de los huecos. ¡Polvo y papel viejo que había que sacudir para que no lo devorasen las polillas! ¡Bárbaras cartas de navegación, con erróneos y caprichosos perfiles, que habían servido a los Febrer en sus primeras travesías comerciales!... Por todo esto apenas sí le darían con que comer unos días; y sin embargo, la familia había peleado durante siglos para hacerse digna de tal depósito y aumentarlo. ¡Cuánta gloria muerta!...
Se extendió por todo el país la fama de la «difunta Correa». Eran muchos los que habían muerto en los senderos de la altiplanicie llamados «travesías», pero ninguno de los vagabundos fallecidos podía inspirar el mismo interés novelesco que esta mujer. La tumba de la difunta Correa fué en adelante el lugar de orientación para los que pasaban de Salta á Chile.
Al cabecear sobre el Océano, parecía tomar el gesto trémulo de un viejo galanteador que habla con sus amigas de trapos y escándalos mundanos. Introducíanse en algunas travesías entre el rebaño viajero mujeres hermosas y liberales, pródigas en sus gracias, y la paz monótona del Atlántico desaparecía instantáneamente.
Creo que es la primera vez, en mis largas travesías, que he deseado una ligera prolongación en el viaje.
Pasamos muchas calles, muchas plazas, muchas travesías, muchas callejuelas, que no parecen de Paris, y al atravesar la calle del famoso y novelesco Temple, presenciamos, á despecho nuestro, una escena muy fea y muy repugnante. ¡El egoismo es la más voraz de todas las fieras, el más rastrero de todos los reptiles, el más asqueroso de todos los insectos!
Palabra del Dia
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