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Don Marcelo se fijó en la transformación general del uniforme de los franceses. Todos iban vestidos de azul grisáceo de cabeza á pies. Los pantalones de grana, los kepis rojos que había visto en las jornadas del Marne, ya no existían. Los hombres que transitaban por los caminos eran militares. Todos los vehículos, hasta las carretas de bueyes, iban guiados por un soldado.

Sabiendo esto el escritor de costumbres, no desdeña muchas veces salir de un brillante rout, o del más elegante sarao y previa la conveniente transformación de traje, pasar en seguida a contemplar una escena animada de un mercado público, o entrar en una simple horchatería a ser testigo del modesto refresco de la capa inferior del pueblo, cuyo carácter trata de escudriñar y bosquejar.

Discurrieron por los salones en parejas. Migajas daba el brazo á su consorte. «¡Es lástima dijo ésta que nuestras horas de placer sean tan breves! Pronto tendremos que volver á nuestros puestosEl Serenísimo Migajas experimentaba, desde el instante de su transformación, sensaciones peregrinas. La más extraña era haber perdido por completo el sentido del paladar y la noción del alimento.

Todavía mi súbita transformación hubiera podido tener buen éxito si atino a ganarme antes la buena voluntad de la muy poderosa e ilustre señora doña Inés López de Roldan. Pero, lejos de eso, lo que hice fue provocar su enojo.

Seis proposiciones sobre esta materia. CAPÍTULO XXII. El principio de la evidencia. Fórmula llamada de los cartesianos. Su transformacion. Su cotejo con la de Kant. El principio de la evidencia no es evidente. Anomalía. Su explicacion. CAPÍTULO XXIII. Criterio de la conciencia. Objeto de este criterio. Conciencia directa y conciencia refleja. Sus caractéres y diferencias.

Yo la amaba como a mismo, más que a mismo: la amaba hacía mucho tiempo: para conocer que la amaba necesité verla en el esplendor de su hermosura, en el lujo de su transformación, y entonces comprendí que yo no estaba hastiado sino sediento; que en no había muerto nada; que mi vida había pasado entre un marasmo fatigoso producido por el lodo del mundo en que hasta entonces me había revolcado.

España, pobre, desgarrada por discordias civiles, sin dominio y sin influjo en lo exterior, se había transformado de repente en la primera nación del mundo, y Fray Miguel, que en sus verdes mocedades había aspirado a llenarle de su ama, como trovador y como guerrero, tenía entonces que confesarse asimismo, en amargo vejamen, que ni como devoto fraile, con oraciones y súplicas, había contribuido a tan maravillosa transformación y a tan no prevista ni imaginada grandeza.

Y a estas mujeres una docena escasa que forman la base de todos los cabarets que se inauguran en Madrid y que son siempre las mismas en el espacio, ya que no puedan serlo en el tiempo es a las que se debe esta transformación radical que se ha operado en nuestras costumbres. Gracias a ellas, uno puede entrar hoy de noche en cualquier café sin revólver, llave inglesa ni bomba de mano.

La influencia de aquel hombre sobre mis ideas juveniles, la transformación completa operada en mi ideal de arte literario por sus libros maravillosos, la música inefable de su prosa serena y radiante, aquella Vida de Jesús, libro demoledor que envuelve más poesía cristiana que los Mártires, de Chateaubriand, libro de panegírico; sus narraciones de historia, sus fantasías, sus discursos filosóficos, toda su labor gigante, había forjado en mi imaginación un tipo físico característico.