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Don Juan se apresuraba a apagarla para librarse de aquellos insultos que hacían prorrumpir en carcajadas al ocioso público. A medida que el tiempo transcurría, el zumbido de las conversaciones iba creciendo hasta hacerse insoportable. Los salvajes de la cazuela expresaban su impaciencia con patadas, gritos y baladres.

Después de esto empezó á insultar á Adán, como si éste fuese el responsable del abandono en que vivían sus hijos. Pero transcurría el tiempo y era urgente tomar una resolución. Después empujó á los otros á puro cachete, hasta dejarlos encerrados en un establo, bajo llave, á pesar de sus protestas. Ya llegaban los visitantes. Eva apenas tuvo tiempo de dar una última mano al arreglo de su persona.

Perla se asemejaba al arroyuelo, en cuanto á que la corriente de su vida había brotado de una fuente también misteriosa, y se había deslizado entre escenas harto sombrías. Pero, todo lo contrario del arroyuelo, la niña bailaba, y se divertía y charlaba á medida que su existencia transcurría. ¿Qué dice este arroyuelo tan triste, madre? preguntó la niña.

En el ambiente de patrones apenas alfabetos, y de sirvientes y trabajadores totalmente analfabetos en que transcurría nuestra infancia, todos temían y nadie había visto nunca a Dios; pero todos habían visto, oído, olido o sentido al diablo, rondándoles el alma o pisándoles los talones, en mil circunstancias nocturnas o aun diurnas.

El fuego de fusilería continuaba rudo, gritos de dolor, mezclados con voces de mando, dejábanse oir, el tiroteo estaba en todo su apogeo; pero á medida que el tiempo transcurría, éste iba cesando hasta que paulatinamente desapareció. Eran las 5 y 15 de la tarde.

Porque cada minuto que transcurría para él fuera de su casa, era un tormento para el cocinero mayor. Aturdido, no había meditado que necesitaba dar una disculpa á la madre abadesa, por aquella carta que la llevaba del padre Aliaga. Montiño no sabía lo que aquella carta decía; iba á obscuras. Esto le confundía, le asustaba, le hacía sudar.

Al quedarse solo encendió otro cigarro, adoptando en su sillón aquella inmovilidad en la que parecía soñar con los ojos abiertos. Sánchez Morueta no supo ciertamente si llegó á dormirse. Era un sopor dulce que no le hacía perder de vista cuanto le rodeaba. Pero en esta actitud, el tiempo transcurría para él inadvertido, y sentía el bienestar del que en nada piensa.

Gustavo tuvo espacio y ocasión para decir todo, todo lo que bullía en su mente desde hacía algunos meses sin que la dama encontrase motivo para enojarse. El tiempo transcurría, la charla fue haciéndose cada vez más íntima. Elena, un poco aturdida, se iba dejando arrastrar a las confidencias.

Y con gran escándalo de su madre y de madó Antonia, que al asomarse le creían loco, permanecía echado de bruces y disparaba en esta posición, amaestrándose «para cuando le hiriesen». Pero como era hombre cortés, incapaz de injustas provocaciones, y su aspecto imponía respeto a los insolentes, transcurría el tiempo y el lance no llegaba.

Después se dirigió al cuarto de su hija. Transcurría a la sazón el mes de junio, y hacía un hermoso día, digno de servir de despedida a la primavera, próxima ya a dejar paso al estío.