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Actualizado: 28 de mayo de 2025


El Duque le agradeció mucho el aviso y le mandó dar diez escudos. Dende á dos días sucedió la revuelta de quel moro había avisado, en el zoco, donde ellos se ajuntaban á vender el día de mercado. Fueron alarbes los que comenzaron, pero no ganaron nada. En ella murieron dellos más de 50, sin otros muchos que se tornaron en prisión.

El P. Gil se puso en cruz, mientras una mirada dulce y melancólica plegaba sus labios. Midieron el largo de los brazos. Después el de las manos. En este punto, médico y jurista tornaron a cambiar otra mirada de inteligencia.

Pero descuida, no tardará en levantarse. Dieron una vuelta por los alrededores, y en efecto, cuando tornaron Mario se hallaba de nuevo trabajando y con tal ardor que no advirtió su presencia hasta que le tocaron en el hombro. Pero Carlota no concedía la importancia que Miguel a los trabajos artísticos de su esposo.

Al pasar por cierta calle una voz irritada de mujer gritó desde un balcón: ¡Infames, ya las pagaréis todas en el infierno! Los soldados levantaron la cabeza y tornaron a bajarla, prosiguiendo silenciosamente su marcha, cuyo rumor acompasado infundía tristeza y miedo.

Como los turcos vieron que no podían nada con las galeras en cuatro veces que habían probado de combatirlas, tornaron de nuevo á trabajar en la trinchea que solían, hasta llegar á la gruta para quitárnosla, creyéndose que con ella nos entreteníamos, sin tener otra agua para beber.

Este había desaparecido por la esquina de una calle. Pero al llegar a ella la columna pudo verle tratando de ganar la otra. ¡Pum! Don Roque disparó su revólver, gritando al mismo tiempo: ¡Date, ladrón! Tornó a desaparecer: tornaron a verle al llegar a la calle de la Misericordia. ¡Pum! Otro tiro de don Roque. ¡Date, ladrón!

Á la tarde, con la creciente, se entró ésta con las demás en el reparo, y salieron dos galeotas de las nuestras por ver si podían recobrar una galera; y después de haber disparádose artillería de una y otra parte, se tornaron sin osar llegar á las manos. A una galera del Marqués de Terranova, que la habían desamparado como las otras, se metió fuego, porque no se aprovechasen della los turcos.

Recorrieron después algunos gabinetes destinados a los forasteros que viniesen de huéspedes a la casa; pasaron a los cuartos de las muchachas; bajaron a la cocina, que estaba en un entresuelo, y tornaron a subir sin obtener resultado.

Disipado el humo, tornaron a ver a don César cargando tranquilamente su arma. Al dispararla, gritó otra vez con más fuerza: ¡Viva Carlos Séptimo! ¡Mal rayo te parta, viejo zorro, me has destrozado un brazo! exclamó el sargento Alcaraz llevando la mano a la herida. ¡Segunda fila, apunten, fuego! dijo el teniente. Tampoco se consiguió nada. Don César disparó de nuevo, gritando: ¡Viva la religión!

Laura miró otra vez á la mancha del brazo y otra vez levantó la vista hacia las altas montañas del horizonte. El odio y la ira que habían enturbiado sus claras pupilas se fueron disolviendo y tornaron á aparecer en ellas las purezas y hermosuras del fondo. No tardaron en nublarse de lágrimas y aun en dar paso á un torrente de ellas que le abrasaron las mejillas, refrescándole el alma.

Palabra del Dia

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