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Actualizado: 13 de junio de 2025


¿Iban otros españoles en el buque? siguió preguntando Ulises. Uno nada más: mi amigo, ese muchacho de que he hablado antes. La explosión del torpedo le hizo pedazos. Yo lo vi. El capitán sintió agrandarse su remordimiento. ¡Un compatriota, un pobre joven, había perecido por su culpa!... También el viajante de comercio parecía sufrir un tormento de conciencia.

Marcial y yo tenemos que reñir... Vuélvase él a los barcos si quiere, para que le quiten la pierna que le queda... ¡Oh, San José bendito! Si en mis quince hubiera sabido yo lo que era la gente de mar... ¡Qué tormento! ¡Ni un día de reposo!

¡Cansarme de ti!... ¡Cuando jamás me he sentido tan triste como esta noche!... Crees que ansío mi antigua vida, y al alejarme siento lo mismo que si entrase en un lugar de tormento... ¡Ay, dueño mío, mi alma!... no comprenderás nunca hasta donde he llegado en mi amor. ¿Pues entonces?

Las horas anteriores a la partida, transcurridas en el hotelito de su cuñado, allá en lo alto de la Castellana, se le aparecían ahora como un tormento de la intimidad familiar.

Tan volada estaba ya la Bringas y tan grande esfuerzo tenía que hacer para contenerse, que halló preferible cualquier catástrofe doméstica al tormento horroroso que padecía. «Me voy pensaba , no puedo aguantar. Prefiero que mi marido me desprecie y me esclavice, a que esta miserable me escupa la cara como me la está escupiendo».

El sacristán y el acólito subiendo al retablo, hombreándose con la imagen de madera, colocando los cirios con simetría, consultando las leyes de la perspectiva, le parecían al cabo cómplices de no sabía qué engaño.... Además de todas estas aprensiones sacrílegas, tentación malsana del espíritu enfermo, causa de tanta lucha, sentía el tormento de la distracción; las oraciones comenzaban y no concluían; el estribillo de tal o cual piadosa leyenda llegaba a darle náuseas; la soledad se poblaba de mil imágenes, diablillos de la distracción; el silencio era enjambre de ruidos interiores.

Llevaba muchos años recibiendo golpes de los enemigos, y deseaba, á su vez, darse el gusto de devolverlos. Sus antiguos amigos lo encontraban en las calles de la ciudad con zapatos ¡un tormento! , levitilla azul de botones dorados, y un casco inglés, blanco. La espada ya no la llevaba bajo el brazo ni oculta en el pantalón.

La infeliz culpable se portaba lo mejor que le era dado á una mujer que sentía fijas en ella, y concentradas en la letra escarlata de su traje, mil miradas implacables. Era un tormento insoportable.

Le enteré de ello, gozándome en la esperanza, lo confieso, de darle ese tormento que sufrir. Y le sufrió; pero ¡con qué entereza de espíritu! Yo no de qué hubiera sido capaz si el cúmulo de desventuras que se cernía sobre nosotros hubiera tenido vida y formas que destruir.

»Y a todo esto ¿hemos de vestir de estameña, y mostrar el rostro compungido, inclinado al suelo, y hemos de dar tormento al marido con la inquisición en casa, y con el huir los paseos, y negarse al trato del mundo?

Palabra del Dia

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