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Actualizado: 5 de mayo de 2025
Detrás venía Gallardo, seguido de una escolta interminable de toreros y amigos, todos vestidos de colores claros, con cadenas y sortijas de escandaloso brillo, llevando en las cabezas fieltros blancos, que contrastaban con la negrura de los trajes femeninos. Gallardo mostrábase grave. Era un buen creyente.
Las cuadrillas pasaban en coches abiertos, y los bordados de los toreros, reflejando la luz de la tarde, parecían deslumbrar a la muchedumbre, excitando su entusiasmo. «Ese es Fuentes.» «Ese es el Bomba.» Y las gentes, satisfechas de la identificación, seguían con mirada ávida el alejamiento de los carruajes, como si fuese a ocurrir algo y temiesen llegar tarde.
Rafael estaba a la cabeza del banco de la comisión, algo separado de sus compañeros. Le dejaban espacio libre como los toreros al camarada que va a matar. Había apilado en su asiento legajos y volúmenes por si le ocurría citar textos en su contestación al venerable orador. Le contemplaba en silencio, admirándole. Aquel sí que era fuerte, con la dureza y la frialdad del hielo.
Y en cada una de estas escapatorias se espaciaba más de la cuenta, y Araceli no podía reprimir su impaciencia y daba con el piececito en el suelo y clavaba miradas iracundas en los interlocutores, y al fin se veía necesitada a acercarse ella también y, como los toreros, echarle de nuevo el capote y sacarle del sitio con una larga que no siempre daba resultados.
El doctor Ruiz, llegado con él a Sevilla, le dio por bueno antes de un mes, asombrándose de la energía de aquel organismo. La facilidad con que se curaban los toreros era un misterio para él, a pesar de su larga práctica de cirujano.
Nuestro amigo sabe que la Fortuna prefiere a los toreros, a los navieros contrabandistas, a los profiteurs, buitres de la carnaza europea.
Notábase en él una deplorable disminución de valor y de fuerzas. La corrida fue un fracaso para Gallardo, y en las tertulias de los aficionados se habló mucho de este suceso. Los viejos, que encontraban malo todo lo presente, comentaron la flojedad de los toreros modernos. Presentábanse con un atrevimiento loco, y apenas sentían en la carne el contacto del cuerno... ¡se acabaron los hombres!
Era la primera vez que Miguel oía decir bien en un corro, de las personas del mismo arte o profesión que los presentes; y no poco quedó admirado de que fuesen los toreros, gente por lo regular inculta y plebeya, quienes dieran ejemplo de nobleza y compañerismo a los que cultivan otras artes más elevadas.
Por las puertas abiertas llegaban hasta la plaza los gemidos de los instrumentos, las voces de los cantores, una melodía dulzona y voluptuosa acompañada de las bocanadas de perfume de las flores y el olor de la cera. Fumaron cigarro tras cigarro los toreros y aficionados que se agrupaban fuera del templo.
La marquesa de Cual, se fugó a Bruselas con el secretario de la embajada de Rusia. A esta señora le gustaban los toreros; a aquélla la habían sorprendido con el lacayo. La condesa de Tal se gloriaba de tener tres amantes a un tiempo.
Palabra del Dia
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